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Es un festejo frívolo para el anuncio de un final feliz de una historia trágica. Pero cada una hace lo que puede y lo que yo pude fue ir a hacerme las manos a la peluquería del barrio, actividad relativamente económica y de gran rentabilidad a la hora de combinar coquetería con pragmatismo: las uñas largas impiden fluidez sobre el teclado y sobre tantas otras superficies que merecen un tránsito sin sobresaltos. Una pavada, en fin, que empezó con un nada tonto mensaje de texto en el celular que anunciaba que el caso de Inriville parece acercarse a un final con las víctimas/acusadas en libertad cuando el Tribunal Oral de Bell Ville se digne terminar con las audiencias. Valga recordar que este caso es aquel en el que dos jóvenes que cumplieron la mayoría de edad estando detenidas –hace ya más de dos años que viven en la cárcel de Villa María, en Córdoba– están siendo juzgadas por promoción de la prostitución, privación ilegítima de la libertad y lesiones; los mismos delitos de los que fueron víctimas desde que tenían 9 y 13 años. Claro, lo que sucedió es que cuando la policía se interesó por sus vidas –a raíz de la denuncia de otra joven obligada a prostituirse y salvajemente golpeada– ya hacía tanto tiempo que estaban en el circuito que para sobrevivir cumplían sin discutir las órdenes del proxeneta que las había comprado. Lo cierto es que hablábamos de final feliz, y que éste llegó en un mensaje de texto que decía que el fiscal Telmo López sólo había pedido tres años de pena por lesiones para las dos chicas y 20 para el proxeneta, trazando por fin el límite entre víctimas y victimarios. Todo un triunfo de las redes contra la Trata que permanentemente intentan hacer visible lo que sucede en las catacumbas de cualquier ciudad o pueblo de este país y de muchos otros: que la prostitución es una forma de explotación degradante y que en ese circuito las personas, perdón, los cuerpos, se compran y venden como mercancías no sólo en el fugaz momento del sexo sino para su explotación comercial, todo el tiempo. Si este caso no hubiera trascendido las fronteras del pueblo chico –Inriville– que tuvo como escenario probablemente se hubiera condenado a las jóvenes por todos y cada uno de los delitos por los que se las acusaba. Pero el tema trascendió y hasta el Poder Ejecutivo Nacional a través de su programa “Las víctimas contra la violencia” que dirige Eva Giberti se interesó en la suerte de estas chicas que deberían quedar en libertad el 21 de septiembre, cuando por fin termine el juicio oral que empezó ¡en junio!
¿Y qué tenía que ver la peluquería con todo esto?
Pues que ése y no otro es el lugar en el que una se solaza con las revistas de actualidad dadas a abrevar en las orillas de la farándula y que suelen arriesgarse con frases al estilo de “Los argentinos las prefieren morochas...” o, como esta semana: “Las argentinas nos hacemos las sexies liberadas pero sólo queremos un marido”, en boca de Florencia Peña –fotografiada casi en bolas aunque no quiere ser sex symbol–, convertida gracias a la ficción de Casados con hijos en la madre-ama de casa-perfecta. Nada nuevo bajo el sol, ni dentro de la peluquería, salvo el natural –en mí– voyeurismo sobre esas páginas ilustración que regalan, hay que decirlo, tantas dosis de chicas con la cintura quebrada como galanes de abdominales estilo raviol, más las reflexiones de “dos galanes” –Chiche Gelblung y Beto Casella– que se quejan de que “el macho argentino está en retirada” y aseguran que los genios más importantes de la historia fueron “putos, golpeadores o solteros”, porque nadie puede crear con una mina al lado demandando distintas cosas. Imperdible esta sola perla que basta como muestra para saber por qué es necesario remar y remar para que la trata sea visible y no quede como una costumbre argentina más, porque ya sabemos, las argentinas son las mujeres más lindas y los argentinos los más vivos del mundo.
Entre la rubia con camisa lilita a rayas –¡planchadita!– y vos había algo personal: distancia. Hasta que ella te roza –con un apresto suavechito, suavechito– sus rayitas pastel en la góndola de supermercado, la misma góndola en la que vos invertís el sueldo en una marca premium de pañales con tal de que el bebé duerma sequito. Bah, con tal de que el bebé duerma (un objetivo por el que serías capaz de comprar cualquier cosa, incluso, lo mismo que la rubia a la que las rayitas de la camisa nunca le dejarían de combinar con las medias).
En el momento en que nace un bebé el abismo es tan grande que cualquier soga de donde agarrarse es agarrada. Mucho más ahora, que ya no se supone que ni la naturaleza ni las madres son sabias, sino que las únicas sabias son las góndolas.
En la época de las madres de las actuales madres –-o de sus madres– se creía que la maternidad era un don innato al alma femenina. Y –todavía– cuesta entender que la maternidad es -–o, mejor dicho, debería ser– una elección y no una iluminación divina. Sin embargo, un coletazo no deseado del destierro del instinto maternal (“como soy mamá, sé cómo ser mamá”) fue la llegada del mercado (“nosotros te enseñamos cómo ser mamá”) de la mano –o la billetera– de una generación de madres inseguras que parece que tienen que aprenderlo todo, sin confiar en ellas, ni en nada de lo que las rodea.
Ahora, madre no se nace, pero tampoco se hace. Se compra. Y, si no, pregúntenle a Espadol. Que te dice todo, todo, pero todo eh –con ese tono de “mami” a lo Verónica Varano antes de re-escotarse sexy– en Utilísima. La publicidad maternal no sólo usa el marketing del miedo –que ataca a cualquiera que acaba de dar vida– sino que apela –directamente– a la amenaza. Es el caso del jabón superhéroe –no por nada el logo de la marca está cruzado por una espada, como si realmente se necesitara un Aragorn de El Señor de los Anillos para detener a los villanos moquitos–.
Espadol que, según su eslogan, “protege tu mundo” (como si el mundo de la mujer siguiera siendo el mundo de la bañadera para adentro) se vende a través de un manual de “consejos para cuidar la salud de tu bebé” en donde te enseñan todo lo que tenés que saber sobre gérmenes y bacterias. Hablemos claro, todo lo que tenés que saber, según Espadol, es finalmente diluir 1 tapita de Espadol en 40 tapitas de agua pero a cambio te prometen que el jabón espadachín pelea contra todos los cuquitos que te quitan el sueño (además de tu bebé).
En fin, pero no todo es cuquito rococó. El manual se pone heavy cuando hace terrorismo antibacteriano. “Tu bebé recibe muchas visitas. La gente se inclina para saludarlo y varias preguntas pasan por tu cabeza: ¿Las manos que tocan la cuna traerán germenes?” No lo sabías, pero la mano que mece la cuna no es sólo una película de terror, sino una amenaza de resfrío. “No hay nada más lindo que levantar en brazos a tu bebé”, reconoce el manualcito. A no bajar la guardia. “Tus manos pueden parecer limpias a simple vista, pero los gérmenes son invisibles.” Los servicios de inteligencia higienísticos no se rinden. Todavía faltan los flagelos del arenero, el aire libre, los perros... aunque, si a pesar de todas las amenazas del microbicherío, tu bebé cumple el añito, Espadol –no era para menos– te palmea: “Si seguiste cada uno de estos consejos tu bebé estará sano y feliz”.
¿No te quedó claro? No es un consejo. Es una orden.
Para la publicidad, las mujeres que se convierten en madres dejan de ser mujeres para convertirse en nenas, no nenas de mamá, sino nenas-mamás a las que hay que explicarles todo.
¡Lloren, mamis, lloren!
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