Vie 23.03.2007
las12

URBANIDADES

La historia en el circulo

› Por Marta Dillon

Foto: Pablo Piovano

Hay marcas en el calendario que le dan al tiempo su curva, que lo arrebatan de la ilusión de ser una flecha que corta en dos las chances de estar en el mundo; algunas podrán arrastrarse en ese paso fugaz, otras habrán quedado como balbuceos que no alcanzan a convertirse en palabras. Son fechas que doblegan esa línea que se pretende recta, la doblan sobre sí misma como un animal que se busca la cola, como si en ese final de lo que empieza en la boca pudiera cerrarse el círculo y guardar en el medio una emoción que desgarra, pero a la vez enseña a caminar porque hay un latido intacto, repite las mismas preguntas e insiste aun cuando algunas de esas preguntas puedan ser contestadas. Marzo transcurre así. Antes y después del 24. Aun cuando la vida cotidiana se lleve tras de sí las ceremonias que en otro tiempo eran obligadas, aun cuando parezca que es posible desprenderse de ellas del mismo modo en que se corta el pelo que siempre se ha usado largo, de pronto un gesto, una figura, un sueño, un dolor a contrapelo de lo que se esperaba obliga a mirar el calendario y entender que marzo pasa así, antes y después del 24. Y entonces acuden esas figuras que actuaron como faros en estas últimas tres décadas y el homenaje se hace necesario aunque repetido porque ciertas repeticiones funcionan como mantras o como letanías, nombrándolas, mirándolas, se hace pie en tierra firme, se puede saber dónde dirigir los pasos que anduvieron en la semana esquivando el recordatorio por razones, las que sean, públicas o privadas, porque a veces también es bueno cortarse el pelo, por qué no. Y entonces voy al archivo de este diario y tipeo su nombre en la computadora: Nora Cortiñas. Madre de Plaza de Mayo, línea Fundadora, aparece como el epígrafe necesario. Y entonces me doy cuenta de qué pocas entrevistas se le han hecho a esta mujer diminuta que aparece con su pañuelo blanco en la cabeza en un evento cultural, una marcha, una cátedra. Tal vez porque no es presidenta del colectivo que la incluye, porque ese colectivo se corrió de la organización vertical y entonces uno y otro nombre aparecen en representación del resto. ¿Por qué entonces anclar en su figura? Porque sí, podría ser la respuesta. Pero hay otras: porque esta mujer que se acerca a los ochenta ha mantenido –como otras, es cierto– su voz inclaudicable. Porque ella es la que además del pañuelo blanco ha sabido también coronar su cuello con el verde que reclama en los Encuentros de Mujeres que el aborto no sea un divisor de aguas para que unas mujeres mueran en la clandestinidad y otras recojan su dolor con asepsia en clínicas privadas. Porque esta señora que no cuestionaba el mandato de ser madre y esposa, que daba clases de costura a las vecinas de su barrio en zona Oeste supo una vez que necesitaba otras herramientas y a la edad en que otras se dedican como pueden a mirar la multiplicación de su descendencia ella se puso a estudiar hasta recibirse de psicóloga social para entender mejor por qué su vínculo de madre de pronto abarcaba tantos hijos que el número 30 mil no llega a nombrar ni a dimensionar. Porque esta mujer –como otras, como tantas– les puso el pecho a los reclamos del marido que entendía de la búsqueda del hijo desaparecido pero no de la creciente independencia de la que había sido “su” señora. Es arbitrario tal vez elegirla, pero los latidos del corazón a veces galopan a su ritmo y es difícil evitar el cambio de ritmo cuando se la ve entre la gente con la sonrisa ancha de quien sabe que sus pies pueden acomodarse en otra huella y a la vez hundir la propia para que la larga marcha no se detenga. “Perder un hijo es siempre una tragedia, pero hay que elaborarlo para no quedar prendida en ese laberinto y poder ayudar a quienes están en la misma situación. La soledad nunca es buena receta si se quiere saber la verdad. Siempre se consideró que el duelo debía hacerse de puertas para adentro. Antes, las mujeres se encerraban en su dolor y quedaban prisioneras de la angustia. Vivían la pérdida con resignación. Si no me equivoco, la escritora Nicole Loreaux es la que cuenta que siempre existió una relación estrecha entre el duelo y las mujeres. Ella dice que en la antigüedad el duelo tenía lamento femenino, pero la sociedad no la quería escuchar y el orden político no quería ser puesto a prueba por ese grito de dolor. Por eso todo era intramuros”, anota Norita –así en diminutivo, como se la llama en la calle– en la historia de vida que de ella publica el portal de la Agenda de las Mujeres. Ella, como otras, derribó esos muros del duelo porque el duelo sobre el desaparecido es imposible y porque el dolor –y no el duelo– es un grito poderoso que sigue derribando indiferencias. Nora puso el grito en el cielo cuando otra voz anunció, haciéndose escuchar sobre otras, que las Marchas de la Resistencia habían terminado. No estuvo sola, fueron muchos y muchas quienes dijeron que seguirían ahí como un faro hasta que cada cuerpo tenga un nombre, hasta que cada historia fuera reconstruida, hasta que cada responsable fuera castigado. ¿Cuánto tiempo pasó hasta que ese grito en el cielo se actualizó y no por obra del calendario sino por la increíble –y lamento decir esta palabra, pero creo que todavía nos resulta a la mayoría imposible de creer, de pasar por el cuerpo, de entender cabalmente la ausencia de ese cuerpo más allá del relato de sus causas políticas– desaparición de Jorge Julio López? ¿Cómo será este 24 de marzo que se despega de la repetición del rito y se actualiza como una bofetada recién recibida? Marchas y contramarchas recorrerán la Avenida de Mayo, eso es parte de un folclore que nunca se pudo maquillar del todo, pero el nombre de Julio López estará en cada esquina. Nora, como otras, como otros, sumará un hijo más aun siendo de su generación, otros lo vivirán como un padre, todos y todas sabremos una vez más que no es el tiempo lo que modifica la historia sino la tenacidad de quienes creen que el destino se modela con las propias manos. Y por eso el homenaje, arbitrario si se quiere, aunque cada corazón haga la pirueta a su ritmo, y por eso otra vez seguiremos la huella de un reclamo que dolorosamente camina en círculo: aparición con vida.

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