URBANIDADES
› Por Marta Dillon
A fines del año pasado, cuando comenzó el lento sangrado de la Radio Pública de la Ciudad –hoy llamada La Porteña, como creativamente la apodó su actual director, Rodolfo Mascalli–, el defensor del oyente –figura que promovió Carlos Ulanovsky durante su gestión– explicó al aire a quienes habían manifestado su preocupación por el levantamiento de un programa específico dedicado a la temática de género que mujeres había muchas en la Radio, aunque no todas estuvieran frente al micrófono y que no hacía falta un programa específico ya que hay otras maneras de promover la equidad de género, que es un asunto de Estado para la ciudad de Buenos Aires como bien reza su Constitución.
Este año, apenas terminadas las elecciones en Buenos Aires, la gestión Telerman en Radio de la Ciudad siguió aplicando sanguijuelas sobre esa herramienta pública: entre las y los caídos están quienes trabajaban temas de género; además de haber perdido una hora el programa de Liliana Daunes –histórica mujer de radio y militante por los derechos de las mujeres–, sin razones específicas y comprimiendo –o cumpliendo– en ese único espacio todo lo que tiene que ver con la problemática de las mujeres y otras minorías, simbólicas o no.
El lunes pasado, la comisión de Comunicación de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires citó al secretario del área, Oscar Feito, y al director de la Radio de la Ciudad, Rodolfo Mascalli, para que expliquen el criterio de los despidos que Mascalli ya caratuló en otros medios como “decisiones artísticas”. En esa reunión, Ana María Suppa preguntó específicamente sobre el carácter discriminatorio de aquellas decisiones artísticas. Feito, tal vez tratando de poner palabras acertadas, repreguntó a Suppa si se refería a que Mascalli es un “poco machista”. “Yo diría misógino”, sentenció Suppa. Y entonces Mascalli se sintió tan tocado que su cólera debió ser aplacada por su jefe, el secretario Feito.
Estas anécdotas no son puras anécdotas. No se está hablando de una radio privada que se rige por su pauta comercial y por la cantidad de oyentes que minuto a minuto la sintonizan o la borran de su preferencia. La radio pública no tiene ningún compromiso comercial, ni siquiera por canje: inmejorable oportunidad para hacer oír otras voces, para tomarse el tiempo de ver cuáles son las que tienen menos aire y cuáles son las necesidades de la población que la sostiene con sus impuestos. Las únicas radios que dan lugar a columnas o programas dedicados a la problemática de género en la AM son la Radio de las Madres y Radio Nacional. El resto, nada, salvo por la intervención de las periodistas o locutoras hartas de chistes misóginos y comentarios sobre sus escotes. La Radio de la Ciudad, como parte de un Estado que consagró constitucionalmente la necesidad de proteger y promover la equidad de género, es una herramienta inmejorable para ponerles palabras a situaciones como la violencia de género, la discriminación laboral, los derechos sexuales y reproductivos, el reparto de las cargas domésticas y un largo etcétera que se mete en la vida privada y se traduce en la pública encorsetando a varones y mujeres en roles más o menos rígidos pero que cualquiera podría reconocer con un mínimo de conciencia y sensibilidad.
Lástima que esa sensibilidad suela estar pegoteada de bailes de caño, escuelas de seducción, manuales para perras, suplementos de mujer que en realidad son de moda, revistas femeninas plagadas de dietas y horóscopos y otra vez recetas para gustar mejor y acabar igual.
A veces hacen falta palabras y oídos que las escuchen para poder saltar ese cerco y asomarse a otras aventuras.
A veces sobra una palabra que ponga nombre a la incomodidad cotidiana; y al nombrarla la conjure.
Para eso debería servir una radio pública, entre muchas otras cosas.
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