URBANIDADES
› Por Marta Dillon
“Nada, la apuñalé”, dijo aunque las palabras holgaban después de haber matado a quien había sido su novia, dentro de la escuela Julio Argentino Roca, en San Miguel de Tucumán. Pocos detalles trascendieron más allá de la noticia: él tiene 19, ella tenía la misma edad; habían sido novios, los amigos de ella sabían que él era violento y le habían advertido que no se le acerque más. En el último acto fue él quien desandó la distancia entre los dos para acabar con ella. No fue un hecho demasiado comentado. No ameritó reflexiones sobre la violencia juvenil ni sobre la responsabilidad de la escuela. No mereció más comentarios que la descripción de los hechos. Podría pensarse que sucedió en un barrio tucumano; pero también es cierto que el homicidio de un niño a manos de otro en un pueblo correntino viene ocupando páginas desde hace un par de días esta misma semana. Dos semanas atrás, para el Día de la Primavera, una niña de 15 quedó inconsciente después de que un compañero de escuela la golpeara por haberse negado a besarlo. Tampoco entonces se habló de la violencia juvenil, de la agresividad en las escuelas, mucho menos de noviazgos violentos o de violencia de género. En un foro de Internet, en cambio, varios adolescentes reflexionaron sobre esta última noticia: “qué limado el chabón!”, “esa hija de put* se lo merecía” (sic), “es parte de la sociedad en la que vivimos (y ojo que no estoy incluyendo la prostitución con que se visten algunas minas)”.
La revista Barcelona, como siempre, subrayó en el último número la estupidez general: Ola de putez –dice el título catástrofe–, y la bajada: “Por qué las adolescentes prefieren succionar penes antes que asistir a clases de educación sexual”. El fin de semana pasado Clarín hizo dos hermosas notas dos sobre las actitudes de los y las adolescentes frente al sexo –una en la revista dominical, otra en el diario– dando cuenta de una supuesta (ay, la palabra justa se retoba) liberalización en las costumbres: que chicas y chicos se besan sin conocerse, que también se tocan, que nadie te regala flores sino forros (ojalá). En fin, que todo esto era responsabilidad de las mujeres ya que ellas darían permiso y ellos “compran agradecidos” (sic). Es decir, ellas ahora quieren lo que ellos nunca desprecian.
Nati finalmente tendrá su operación de “adecuación de sexo”. Nati es adolescente, vive en Córdoba y junto a sus padres pidió hace un año por vía judicial que la operen y se modifique su documento. Nati es quien dijo que se sentía como “una Coca Cola en un envase de Sprite”. Es increíble lo que pueden conseguir los relatos consensuados, normalizadores, tranquilizadores: metáforas como la de las gaseosas en boca de una niña de 16. El deseo de normalidad es, a mi modo de ver, uno de los deseos más tristes que se puede perseguir y sin embargo ¿quién se anima a desear lo contrario? Defina normalidad, señorita. Pero defínala sin fundamentalismo. Si es que puede.
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