URBANIDADES
› Por Marta Dillon
Dicen en California que la mejor manera de arruinar una reunión de lesbianas, al menos hasta este mismo mes en que hizo su coming out, es nombrar a Jodie Foster. Que por qué no sale del closet, que cuánto podría ayudar a la comunidad haciéndose visible, que a quién le importa la sexualidad de ella o la de cualquiera, que las y los heterosexuales no andan hablando de sus elecciones como si fuera una gran cosa y que entonces por qué tendría el resto del mundo que levantar proclamas con el nombre de quien se lleva a la cama. Y además por qué tendría Jodie Foster que convertirse en militante lesbiana si no tiene ganas de que se metan en su vida privada. Sí, claro, pero cuánto cambiaría el mundo si caminara de la mano de su novia por la alfombra roja de cualquier entrega de premios. Porque después le puede pasar como a Ellen de Generes, que perdió su espacio en la tele cuando hizo la ¿confesión? pública. Así es como derrapa la reunión de amigas, distribuidas después del tole tole en bandos diversos según el grado de militancia y/o de experiencias amargas que les haya tocado vivir en tanto lesbianas.
Pero todo eso ya es pasado. Jodie hizo su coming out, Jodie salió del placard, según la traducción literal de esa figura que sirve para retratar el momento en que alguien se hace cargo de vivir una sexualidad distinta a la heterosexual que, no jodamos, sigue siendo tan hegemónica como para que sea necesario aclarar que no todas las chicas salen –se enamoran, tienen sexo– con chicos y viceversa. Ahora, si se entra a cualquier foro de discusión sobre el tema –que los hay, mayoría del gran país del Norte– lo que se nota es cierta merma de la pasión. Ya no derraparán las mismas reuniones para defender o denostar las elecciones silenciosas de la actriz y directora. Si ya lo sabían todas, ¿cuál es la novedad? O: ¡Quince años de pareja para que Jodie le dedique un premio a Cydney —su novia productora de cine—! ¿No será mucho?
Mucho o poco, lo cierto es que por aquí las chicas no sólo tienen la boca cerrada sino que inventan tantos eufemismos que más que ocultar a una pareja mujer parece que encierran algún tipo de monstruo en el placard o que directamente fueran asexuadas. A saber: Conocida cantante, icono lésbico, mostrando a su familia entera en el programa de Susana Giménez, mucama y perro incluidos, pero no a su esposa con quien vive hace tiempo. Famosa tenista contestando una y otra vez que no tiene novio, que ya llegará, que qué sé yo, y aguantando que le digan que está más femenina desde que dejó el tenis. Directora de cine de prestigio internacional diciendo que es su pareja la que no quiere aparecer (¿dónde?) y entonces no habla de sí misma, aunque lo que use son eufemismos. Ahora mismo estoy usando eufemismos para nombrar a mujeres de las que “cualquiera sabe” (¿por qué lo tiene que decir si ya lo sabíamos? fue una de las defensas al silencio de Jodie) pero que jamás dirán, porque no tienen por qué, no tienen ganas, no quieren ser militantes, bla, bla. Una lástima, porque es la visibilidad lo que abre la chance de convivir sin que se caiga la mandíbula de sorpresa, o lo que evitaría a tantas otras tener que explicar otras tantas cosas como por qué queremos una cama doble aunque seamos dos chicas. Para hacer un paralelo: si la imagen de una presidenta tiene un peso simbólico tan potente para las futuras generaciones, ¿cuánto podría significar simbólicamente que las lesbianas pudieran vivir su sexualidad libremente como lo hacen tantos muchachos que convierten la diversidad en glamour? Vamos chicas, es por nosotras y es por las otras. Se viene Navidad, tiempo de confesiones.
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