CLASIFICADOS
› Por Roxana Sandá
El aviso le lastimó los ojos por el descaro de las palabras y su inesperada ubicación en día lunes, en suplemento de Espectáculos de diario supuestamente elitista. Pero ahí arrimaba su brulote de desafío y quedó claro que le hablaba a ella. “Mujeres de muy buen nivel.” Glup. “Líderes independientes.” Otra vez glup. Al cabo se dio ánimos y telefoneó a amigas con autoestima a media asta para arengar una presentación en banda en la que suponía una “empresa-grossa-que-nos-saque-de-pobres”. A ellas, licenciadas, técnicas, traductoras, diseñadoras, pero sobre todo desocupadas. Imaginó que un negocio relacionado con La Pedrera las lanzaría más allá del Atlántico, a geografías barcelonesas, todas instaladas (haciendo no se sabe qué) en ese maravilloso edificio alucinado por Gaudí, como muñecas inteligentes decorando esa gran torta arquitectónica. Palomas “sin experiencia anterior” pero de espíritu inquieto arracimadas en un proyecto de envergadura (cómo amaba esa palabra). El martes a primera hora decidió que era momento de arrojarse a los brazos de un éxito augurado y hablar con sus futuros benefactores, aun temiendo con qué instrumento medirían sus diferencias o igualdades, porque de eso se trata nivelar, y rogando que el tono ocultara la ciclotimia de su liderazgo. La voz femenina que atendió desde algún sitio del Palacio Alcorta (así precisaba el aviso), la invitó a presentarse y a concertar cita semanal en horario a convenir. –¿De qué se trata el proyecto?, preguntó ensayando voz intelectual, independiente y líder. –¿Conocés La Pedrera? –tuteó afable la otra. –Sí, por supuesto. Y ahí nomás se lanzó a hablar de la arquitectura española, del artista enfebrecido que ideó casas y palacios al borde del exceso, con carbonillas que supieron ennegrecer nubes de pliegos y escandalizar almas. Lo dijo todo a borbotones, como si en su construcción gramatical intentara reproducir la pasión gaudiana. –Vaya si la conozco –cerró con boca seca, pecho agitado. Hubo silencio inicial, segundos apenas o minuto escaso, difícil calcularlo, hasta que la otra se repuso o simplemente parpadeó antes de decir “bueno, ésa no. ¿No conocés La Pedrera, en Uruguay, en la franja donde está Cabo Polonio? Vamos a encarar emprendimientos comerciales de ventas de tierras y casas sobre la costa, y necesitamos armar equipos de venta. Está orientado a futuros vecinos de buen nivel y poder adquisitivo alto. La entrevista puede ser mañana 12.30 o 13.30, ¿te parece?”. Lo que en ese momento le pareció, por todos los demonios modernistas del maldito Gaudí, era que alguien –nadie–, una vez más, le había metido la mano en el bolsillo de su ilusión. Tarde piaste.
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