CLASIFICADOS
Nunca superó las cinco horas diarias de limpieza en cada una de las ocho casas donde presta servicio de mucama entre lunes y sábado, pero los dedos se le pelaron igual de tanto guante de goma ausente, y eso que siempre les recuerda a “las patronas”, como suele llamarlas, que le compren los dos o tres artículos básicos “para limpiarles mejor las casas y para lastimarme menos la piel”. No hay caso: algunas, incluso, se muestran ofuscadas, porque eso de andar protegiéndose las manos es cosa “de vivas”. “¿Y ésta qué se cree que es?” llegó a oírle a una de las doñas, en conversación inútil con amigas también usuarias de servicio doméstico. Por suerte, repite, nunca dejaron de pagarle cinco pesos la hora, aunque supone que otras compañeras están cobrando seis y, en el mejor de los casos, siete pesos. Todo en negro, por supuesto, con algún premio flaco en vacaciones. Su hijo se queja, ella apenas; ni siquiera puede añorar las bondades de las políticas laborales tradicionales. No las conoció, aunque sí se sabe número de estadísticas negativas. Un informe del Instituto de Desarrollo Social Argentino (Idesa) la ubica entre las 9 de cada 10 empleadas domésticas que cobran menos del mínimo. Desde ese sector, asegura el estudio, se genera “el 17% del empleo femenino total y el 34% de las ocupaciones para trabajadoras con bajo nivel de educación”. Y se destaca “por su característica de que el 39% son pobres y el 93% realiza tareas en negro”. Sólo el 20% de las empleadas domésticas trabajan a jornada completa: de ellas, el 79% tiene una remuneración por debajo del mínimo legal. Mientras que del 80% que trabaja por una cantidad de horas inferior a la jornada completa, el 95% tiene ingresos mensuales por debajo del mínimo legal. Días pasados, en tren de limpiar una cocina, el fondo de radio que siempre la acompaña dio una información sobre los datos de distribución del ingreso correspondientes al segundo trimestre de 2006, en el que el ingreso del 10% de las personas más ricas equivaldría a 31 veces el ingreso del 10% más pobre. La noticia, ciertamente, la asustó. A ella, ilusa, que hasta ese momento había evaluado la inequidad en términos de guantes de goma número 8.
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