Vie 01.12.2006
las12

CLASIFICADOS

Elecciones libres, sueldos iguales

› Por Roxana Sandá

¿San Cayetano entenderá de paréntesis? ¿Al patrono del trabajo también le llegarán las plegarias con aclaraciones? ¿Sabrá él que sus feligresas deben modificar conductas, miradas, pelajes, ropajes, tonos y andares a fin de obtener el pan y el trabajo de su consigna? Todos los días, sobre su vitrina eclesial, chocan miles de súplicas ajadas por los paréntesis de la discriminación, rogando por un lugar en el mundo, donde todas puedan verse, al menos por una vez, desplegadas en su derecho a trabajar sin tener que fingir. Porque las que se presentan para dar examen de camareras, como las que prueban ser promotoras, recepcionistas, secretarias, telemarketers o azafatas de micro, primero deben asimilar lo que se entiende por “excelente presencia”. Las camareras de las maternidades privadas más exclusivas de la Argentina no llevan las uñas pintadas de rojo, no tienen una estatura menor de 1,65 m, no son demasiado morenas, no se maquillan y cuando hablan con los pacientes, la cantidad de palabras utilizadas oscila entre la nada y la casi nada. Ellas están jodidas, no lo ignoran, pero también saben que estos trabajos donde se les exige “excelente presencia” y un buen nivel educativo son la única desigualdad disponible, de la que hay que agarrarse para no caer en el agujero negro de la subocupación. En su investigación Mujer, salud y seguridad en el trabajo (2004), la viceministra de la cartera laboral, Noemí Rial, advierte que “mientras para la población en su conjunto el subempleo horario es del 19,3 por ciento, entre las mujeres es de 24,7 por ciento (es decir que más de 2 de cada 10 mujeres se encuentran subocupadas). Este comportamiento indica que la subocupación opera como una forma de discriminación hacia las mujeres desde la demanda de empleo”. Nótese que en el clasificado los sueldos se estipulan en 993 pesos para las camareras y 1338 pesos más adicionales para cocineros, es decir que –según registros oficiales– la brecha se mantendría intacta desde el 2002, cuando el ingreso laboral promedio de los hombres alcanzó los 709,70 pesos mensuales, en tanto que las mujeres percibieron sólo 515,8 pesos: los hombres seguirían ganando, en promedio, 37,6 por ciento más que las mujeres. En síntesis: para la feligresía, conseguir trabajo depende del santo; pero para mantenerlo hay que fingir lo que no se es, hacer lo que no se elige y cobrar lo que venga.

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