CLASIFICADOS
› Por Roxana Sandá
La vida laboral de Marisa Giménez es un casillero en negro. A los 26 años no logra pegar el salto que la despegue de la categoría “subocupada”, aunque su esmero como licenciada en Administración de Empresas a veces la oxigena con reconocimientos circunstanciales. “Quiero un empleo en blanco, porque hasta ahora en todos lados me pagaron en negro. Estuve en empresas que cambian de personal cada dos meses, con sueldos bajos y trabajando todo el día. Realmente, es complicado encontrar un trabajo.” A Lorena Díaz el dolor de piernas le mantiene fresco el desaliento de no encontrar ocupación desde octubre del año pasado. Dice que sus pies soportan el record de once horas inmóviles en una cola interminable de postulantes para solicitar empleo “en blanco”. En su caso, a la dificultad de la precarización se le agrega el hecho de ser madre veinteañera de una niña. “En todos los lugares te preguntan `¿tenés hijos?’ Les decís que sí y te dicen ‘¡Ah, qué lástima! Es norma de la empresa no tomar gente con hijos’. Mi hija no debería ser un impedimento. Toda mujer que tiene un hijo se da tiempo para trabajar.” Oriundas de Tucumán, Marisa y Lorena relataron sus casos en un informe especial que publicó el diario La Gaceta el domingo último, sobre desocupación y crisis, dos factores de derrumbe social que nunca abandonaron esa provincia, pese a que el gobierno local intente dar por veraz que sólo 15.000 jóvenes sufren el desempleo. Bajo el mismo paraguas de la precarización están atrapadas las excluidas por el trabajo en negro, por el subempleo, por las remuneraciones miserables y por contratos leoninos. La especialista en Ciencias de la Educación Miriam Aparicio sondeó estas aristas en la investigación “Desgaste y posicionamiento laboral. Un estudio en graduados y posgraduados argentinos” donde, precisamente, la mayor erosión es notoria en los estratos bajos de la pirámide laboral, entre las y los ocupados del nivel terciario y el Estado. “Implica un serio problema en un país en que la franja de desempleados o subempleados estructurales va aumentando –concluye Aparicio–, aun entre graduados universitarios, en que cada vez es más difícil conseguir un empleo acorde a las competencias desarrolladas.” Marisa y Lorena integran ese 40% nacional de asalariados que padecen la informalidad laboral. Cada día que pasa, queman naves para no dar lugar a que les sigan legitimando trabajos precarios como si se tratara de actos benéficos.
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