Vie 21.12.2007
las12

CLASIFICADOS

Clientes de fiestita

› Por Roxana Sandá

Esto ocurrió la semana pasada, cerca de la Facultad de Agronomía: un hombre y una niña (adolescente, calcularon las mujeres que la observaban desde un automóvil estacionado junto a la vereda donde ambos permanecían estáticos) de la mano, en actitud laxa ella, atento él, como a la espera de algo que ocurriría inevitablemente. Despertaban curiosidad por desgarbados, por las prendas que extrañaban algún color, aunque prolijas, “presentables”, diría una vieja. No pasó mucho tiempo hasta que salieron al cruce de un peatón. La nena se dejaba arrastrar por el tipo, que visto en off y a la distancia gesticulaba, agitaba las manos señalándosela a otros. Tomaba cierta distancia de ese cuerpo delgado para presentarlo con la mano extendida, como si se tratara de un animador de pasarela. “El hijo de puta la está ofreciendo”, se oyó decir a sí misma una de las que ocupaban el automóvil. Y fue lo único que se dijo esa noche sobre esa cuestión, porque ninguna volvió a recuperar la palabra justa que explicara el desasosiego. En las mesas de bar de las estaciones de servicio camino a Rosario suelen quedar olvidadas las páginas de clasificados del diario La Capital, donde se ofrecen adolescentes. Los textos las “venden” como “fiesteras insaciables”, “bocados para exigentes”, capaces de encarnar en colegialas, mucamitas y enfermeras. Todas son, concluyen los avisos, “jovencitas extremadamente cariñosas” o “bebotas adorables”. La trata de mujeres y niñas no admite lenguajes a medias. El lunes último, un artículo del diario La Nación reveló que entre fines de octubre y principios de noviembre fueron rescatadas cuatro chicas de 13 y 16 años explotadas por redes de trata y tráfico para el comercio sexual. Las habían vendido a prostíbulos de Misiones y Entre Ríos. Una de ellas quedó embarazada y está en tratamiento médico por las infecciones que le provocaron los abusos sexuales. “Fue muy difícil –relató la madre de dos de las adolescentes– porque en la comisaría de Chajarí me decían que mis hijas estaban bien, que no me querían ver, que eran grandes y habían decidido ejercer la prostitución.” Esta semana, la Sala I de la Cámara del Crimen de Paraná condenó a 17 años de prisión a Mirta Chávez y absolvió a Raúl Monzón, implicados en el secuestro de Fernanda Aguirre en 2004, en el pueblo de San Benito. La madre de la adolescente, María Inés Cabrol, advirtió indignada que la Justicia falló “a favor de la mafia. No puedo entender la condena que decidieron los jueces”. Las chicas que vuelven del infierno son contadas con los dedos de las manos y sus rescates siempre se dirimen bajo riesgo de muerte. El defensor del Pueblo de la Nación, Eduardo Mondino, aseveró con pesimismo que “son insuficientes o incipientes los esfuerzos gubernamentales” por resolver el problema, entre otros factores, porque “la Argentina se ha convertido en los últimos años en un país de origen, tránsito y destino de la trata de personas, aumentando de forma alarmante estas prácticas de violencia hacia la mujer, diseminándose en todo el territorio nacional”.

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