CLASIFICADOS
› Por Roxana Sandá
Ninguno de los funcionarios de este Gobierno lo reconoce, pero en voz baja muchos ven complicado que en los dos próximos años pueda revertirse la crisis de empleo que se derrama sobre los más jóvenes. Y algunos, como si les entrara basura en un ojo, fruncen el ceño cuando se les pregunta sobre la parte del león que les toca a las mujeres. “Ya se sabe, están perjudicadas por partida doble: precisamente por mujeres y por jóvenes.” La frase no es cliché: una de cada tres personas desocupadas tiene entre 18 y 24 años. Los últimos cálculos del Ministerio de Trabajo publicados por el suplemento económico Cash, revelan que la situación encierra al 21,6 por ciento de esa franja, pero mientras que entre los varones el nivel de desempleo llega al 19 por ciento, a las mujeres las perjudica en un 31 por ciento. Los especialistas dicen que “la principal razón de ese cuadro social es la baja preparación educacional, tanto de los que no terminaron la secundaria como de los que la finalizaron en una institución situada en una zona poblada por clase media baja o baja. A esto se agregan los bajísimos salarios que se ofrecen”. Los últimos registros del Indec, si bien diferentes, tampoco son auspiciosos: la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondiente al último trimestre de 2007, indica que el 16,4 por ciento de las mujeres menores de 29 años no tiene trabajo. La tasa duplica a la de desempleo general, del 7,5 por ciento. Como en definitiva todas las cifras interpretan el mismo concierto de la disparidad entre hombres y mujeres, en la cartera laboral se creó la oficina de Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo (Cegiot). Y el ministro Carlos Tomada prometió que “en el tema de la igualdad de oportunidades, se acabó el tiempo de las palabras. El eje de la paridad laboral, punto central del Consenso de Quito, es eje central de este ministerio”. Entiende que si bien cada vez más mujeres se incorporan a la fuerza de trabajo, la gran mayoría pasa directamente a engrosar las filas de los trabajadores de menores recursos. Lo notable es que, pese a todos los sectores que la observan y analizan, la crisis se mantiene estable desde los noventa. Entonces, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó un seguimiento de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995) y de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social (Copenhague, 1995), donde se advertía sobre la precariedad laboral que hoy se derrama sobre millones de mujeres. “La discriminación ocupacional por motivos de sexo sigue siendo un fenómeno importante en todas las regiones del mundo, independientemente de su nivel de desarrollo.” Trece años después, la actual directora de la Oficina para la Igualdad de Género de la OIT, Evy Messell, debe seguir convenciendo a primeros y terceros mundos por igual de que “las sociedades no pueden permitirse ignorar el potencial de la mano de obra femenina para reducir la pobreza. Darles a las mujeres igualdad de condiciones en el lugar de trabajo es un derecho para ellas, un bien para todos”. A la vista de las mediciones que se barajan en la Argentina, la fuerza de trabajo femenino continuará siendo un factor border por lo menos en los próximos ¿dos? años.
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