DICCIONARIO DE GRANDES MUJERES QUE LA HISTORIA OLVIDó › PASAR EL INVIERNO
El libro que aporta la respuesta justa para aquella clásica pregunta: “Y, a ver, decime vos, ¿las mujeres lo qué inventaron?”
Ella puso la “Carne” y el “Fuego”, para despues desmenuzar el porqué de la “Fiebre”. Sin embargo, hubo crípticos funcionarios que en su época de fulgor abusaron de ella y atravesaron el invierno mientras el pueblo y la misma Coca quedaban a la intemperie.
A qué gélido y largo invierno estaría condenada hoy la humanidad, de no haberse echado a correr desnuda la materia gris de esta mujer por todos los paisajes de su tierra? Sólo Horangel lo sabe. Lo cierto es que en plena década del ‘60, preocupada por la frivolidad de la sociedad de consumo y convencida de la impericia de los Beatles al respecto, la pionera que yace en el olvido, desubicada como trueno entre las hojas, decidió poner toda la carne en el asador. Así fue que a costa de ensayo y error (en criollo: meta y ponga) dio con la fórmula de calentar el ambiente de manera homogénea y sostenida. No es de extrañar, para quien penetre en su biografía, que hubiera llegado a semejante descubrimiento ni a cualquier otro de similar envergadura. Coca Sarlo (Bo, Alaska, 1935) sigue siendo una notable ensayista dotada de un buen par de ideas. No se hizo sola sino que heredó su capacidad de articulación de la vasta biblioteca de su padre, el crítico cultural don Beto Sarlo. Siendo aún muy jovencita, ensayó y ensayó, hasta descubrir, luego de muchos ensayos, que había dado con un gran invento. “¡Viva!”, dicen que exclamó. Y según las revistas de la época, la luminaria agregó: “Desde mi punto de vista, tengo entre manos un artículo para el hogar”. Inmediatamente comenzó a realizar los primeros aparatos con ahínco y con su sentido crítico. Armando primero y Armando después, en fin, siempre Armando llegó a convertirse en la favorita, la fetiche de Bo. Bautizó sus primeras máquinas de calentar con el sugestivo y literario nombre de “Farengeith 451”, pero dada la ignorancia de los consumidores testeados a través del telemarketing decidió cambiarlo por otro más elocuente y así nació “Lujuria tropical”. Pronto, toda Alaska los tuvo y los esquimales gozaron de una línea de calefactores de lo más sofisticados: “Fiebre”, “Fuego” y “Carne” fueron los modelos más salidores. Educada en un medio frío y hostil, rodeada de padres separados y de nieve la mayor parte del año, es comprensible que viviera obsesionada por calentar a todos los miembros que se le acercaban para consolarla. Lo que había olvidado en su ardiente vehemencia es que los iglúes no estaban preparados para soportar tan alta temperatura y así es que toda la hermosa ciudad de Bo, en poco tiempo, se derritió al calor de su invento. Sólo un hijo de Bo sobrevivió como un tiburón fuera del agua. En su propio país, la losa radiante de Coca Sarlo quedó relegada a los cines de barrio, espacios preparados para soportar cualquier cosa, como lo prueban las sucesivas concentraciones de evangelistas cantarines. La opresión masculina, en su afán descalificador, divulgó imágenes de una Coca que se sacaba intempestivamente sus abrigos de pieles para dejar al aire las propias. Si bien esto es cierto, no responde a la lujuria que se le atribuye sino a que, en los primeros ensayos, la losa radiante sufría serias variaciones de temperatura. Al mundo asombró que fuera la Argentina, lejano país del sur, donde se adoptaran los primeros prototipos. Su ministro de Economía, Alvaro Alsogaray, importó la calefacción revolucionaria que instaló en su propia casa mientras declaraba para quien quisiera entenderlo que ese año él “iba a pasar el invierno”. Como consecuencia, su pobre hija sufrió las mismas calumnias a causa de su peculiar uso y desuso del tapado de piel, que obviamente respondía a las mismas causas que las de Coca Sarlo. Hoy, la losa radiante forma parte de la vida cotidiana moderna. Que el nombre de la Coca Sarlo fulgure en las memorias, es una posta que este diccionario deja aquí.
El presente texto es un adelanto exclusivo del Diccionario de pronta aparición en español. Traducción del esquimaleño: Nené Vassiola.
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