DICCIONARIO DE GRANDES MUJERES QUE LA HISTORIA OLVIDó › EL LIBRO QUE APORTA LA RESPUESTA JUSTA PARA AQUELLA CLáSICA PREGUNTA: “Y, A VER, DECIME VOS, ¿LAS MUJERES LO QUé INVENTARON?”
Transformaciones. aunque cueste, se adivinan bajo las barbas del tradicional retrato del inexistente Facundo los delicados rasgos de la olvidada facunda (a izquierda). A derecha, una velada en villa facunda, con nuestra heroina posando en medio de la faena.
Descendiente de aquel linaje de valientes guerreras de la colonia, que guardaban en un tarrito el aceite de la fritanga para echarlo sin escatimar sobre los invasores ingleses, a la niña Facunda Rosita Quiroga d’Ocampos siempre le tiró el campo. Bella, bellísima, cortejada por próceres varios (entre los cuales figuraba un clérigo medio Imanol y cholulo que desistió en cuanto le dijeron que la de la película se llamaba Camila), durante la adolescencia sufrió un horrendo fenómeno: en lugar de acné, le brotó barba. Tal vez esto la decidiera a echarse tierra adentro y echarse adentro también todo bicho que encontró en el camino. “¡Meta fierro, meta fierro!”, decían los pajonales y cantaban las cigarras. Nacía así el mito de Fierro, hombre gaucho si los hay que en la vida real, créase o no, era mujer. La pérfida pluma masculina, descontenta con que el emblema del poblador argentino fuera una dama, tramó una historia en la que brillan los gauchos y ceban mate las chinas. (Surge, aquí, una pregunta inevitable: “¡¿pero qué chinas?!”,si se sabe perfectamente que el aluvión inmigratorio fue europeo y que lo único amarillo en esos barcos era la fiebre.)
Uno de los padres del aula machista (invención robada, cuándo no, a una docente decente, cuya memoria este diccionario pronto honrará), Domingo Faustino Sarmiento, enloquecido por la fama de Facunda (debida a su rutina de recorrer la pampa montada en su alazana al grito de “¡alpargatas de cuero de potro sí, libros aburridos no!”), decidió dedicarle un ensayo con su propio nombre que empezaba con crueldad: “Esa sombra terrible, Facunda, ¡ve a afeitarte!”. Pero ella, dechado de virtudes capilares y de las otras, hacía caso omiso a las maledicencias y dedicaba sus días a animar las veladas rurales que acababa de crear: cada tarde, gauchas y peones se daban cita en su salón campestre para intercambiar recetas de chimichurri, degustar mates e inventar con amigos los bizcochitos de grasa y, cuándo no, las tortas fritas. Facunda payaba a cada rato y era la que más montaba sin necesidad de dar rodeos. Pero allí entró en juego el hado, personificado en un tal Martín que, aprovechando su confianza y la pluma de un escritor amigo, se quedó con todo el crédito de las creaciones de Villa Facunda, incluido aquel hit con que ella gustaba de anunciarse: Aquí me pongo a cantar. Entristecida (una angustia in crescendo desde que le fuera robada su alazana), Facunda exclamó: “má’ sí, yo me tomo el buque”. Claro, estaba en medio de la pampa: buque no había. Finalmente, se fue en coche a la muerte, como bien lo aseguró la gran autora Marie Codama. Este diccionario, bien guachito pero escrito por una gauchita, le rinde hoy su debido homenaje.
El presente texto es un adelanto exclusivo del diccionario de pronta aparición en español.
Payada salteada del irlandés: Nené Vaquiola.
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