VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
Christa Wolf
Casandra
Edición El País
$ 14.
Casandra era la hija de Hécuba y de Príamo, rey de Troya: la joven en la que Apolo primero posó sus ojos, luego sus garras escondido bajo la apariencia de un lobo hambriento y le concedió el don de adivinar el futuro a cambio de que ella le correspondiera en el amor. Pero ella se negó y entonces él agregó un detalle al don: iba a poder ver el destino pero nadie le creería una palabra. Así es como Casandra anunció la guerra que librarían con los aqueos, advirtió que no abrieran las puertas de la ciudad a ese caballo que venía de regalo, pero nadie quiso escucharla. Luego de la derrota fue entregada como parte del botín a Agamenón, que se enamoró de ella y la hizo concebir dos hijos gemelos. Cuando regresaron a Grecia, la mujer del jefe griego, Clitemnestra, y su amante Egisto los esperaban para matarlos. Y Casandra pudo ver todo, pero nada pudo hacer para evitarlo.
Es precisamente en este punto donde Christa Wolf, una de las más interesantes autoras de la antigua República Democrática Alemana, comienza su novela. Casandra va a morir pero antes tratará de comprender por qué sucedieron las cosas y por qué el mundo de los hombres –tanto dioses como reyes– circula merced a una lógica tan tonta como perversa. Una lúcida y verborrágica Casandra reflexiona ante la muerte, ni se lamenta ni se retracta ya que por primera vez en su vida no desea demostrar nada. “Hago la prueba del dolor. Lo mismo que el médico para saber si está muerto pincha un músculo, así pincho yo mi memoria.” El texto que explica lo que el mito calla –similar a lo que la misma autora hizo con Medea– respeta hasta la obsesión personajes y situaciones que provienen de una exhaustiva lectura de los textos clásicos. Christa Wolf, que escribió esta novela en 1983, logra amalgamar una historia clásica con los debates aún sin resolución del feminismo, de la guerra y el desarme, de las injusticias de género entre otras cuestiones modernas, sin por eso abandonar el hilo de un amor romántico que, como corresponde, no se acalla nunca y menos con la muerte.
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