VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
La ruta del beso
Julián Gorodischer
Editorial Norma
325 páginas
Hay un momento en la vida —que suele situarse en los albores de la adolescencia— en que el beso es ensayo en el aire, técnica dominada por otros, historia prometida a lo largo de relatos soberbios, películas, y más ficciones. En esa instancia, nada más alentador y ninguna figurita tan difícil. La pregunta es cómo llegar. Cómo eludir la decepción, cómo reconocer los besos que se apartan del canon romántico, cuáles son las rutas nuevas, si las hay.
De ese viaje habla este libro. Un cronista desea escapar de su propia realidad —llamémosla “maldita rutina”— que se reduce al barrio de Villa Crespo, en el que vive desde su tierna infancia, su mono-ambiente, un trabajo en una oficina, una vida sexual en extinción, unos pocos recuerdos y un afán. La rutina se rompe con la búsqueda del beso. El beso será el señuelo para que la vida cobre sentido. Y entonces, aunque él lo niegue, el peso de la tradición se le cuelga de las espaldas: ha depositado toda la expectativa de salvación en el amor. Allí va el buscador de historias marginales por donde haya pasado el beso. Pero todo es más difícil para él. Ya desde la Introducción advertiremos que él mismo se complica: no buscará el beso romántico, ni el que el destino le tenga preparado. No habrá historias de amor con final feliz, ni recetas para párvulos. Cada capítulo, hito en esta ruta del beso, hace escala en algún lugar emblemático de los tiempos que corren: “El beso robado al ídolo por la fan atribulada, el exhibido en Internet como refundación del contacto, el trabajado por las aprendices de heroína de telenovela, el reivindicado por la nueva militancia Glttb, el entregado por cualquier devoto al altar pagano, el compulsivo que se derrocha en la matinée como prueba a superar, o el rememorado tras un encuentro del tercer tipo”.
Julián Gorodischer propone un itinerario que da cuenta de los atajos donde se estanca o se acomoda el deseo en la realidad del presente. Antros, hábitos, nuevas gestualidades aparecen aquí desenmascaradas a pesar de que el cronista siempre queda insatisfecho.
Con Roland Barthes bajo el brazo —o entre los labios—, y habiendo bebido el líquido elixir de Zygmun Bauman que alerta sobre las nuevas formas de relación, de “fácil acceso y salida”, este cronista buscador de besos deambula por pueblos y ciudades. Su encanto es su búsqueda y la atención inusitada con la que mira. Como mira aquel que cierra los ojos y frunce los labios a la espera de aquello que muy bien no se sabe.
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