VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
Seis
Jim Crace
Editorial Emecé
250 páginas
$ 39
“La madre tuvo seis hijos/ de distintos padres./ La gente del cerro/ dice que donde hay yeguas potros nacen.” La baguala del poeta salteño Nella Castro empezaba así su repetición del destino –reproducción y vaguedad– que culminaba como todo en un principio: “Después volvió a los cerros./ Y allí, como su madre,/ Jacinta tuvo seis hijos/ de distintos padres”.
La misma situación, pero ahora desde el punto de vista del inglés y darwinista Jim Crace provoca una coincidencia en el número seis para las crías. De ahí el título de la novela que en el original se completa con la aclaración entre paréntesis: (Génesis). La gran diferencia, y también la gran novedad, es que Crace elige al padre como eje reproductor de los seis capítulos de su libro, uno por vástago.
El actor Felix Dern tiene el sino de la fertilidad y ha engendrado al menos un hijo con cada mujer con la que se acostó. No ha deseado a ninguno, nadie habla de preservativos, y las madres, personajes secundarios, son las naturales encargadas de cargar con ellos, que a su vez en este juego poco vienen al caso. Lo que sí interesa es el momento exacto de la concepción, escena que accidental, irresponsable o secretamente buscada siempre estará a años luz del resultado.
El narrador, que habla con tal convicción y aventura hipótesis como si se tratara del mismo Darwin, cumple con su cometido de pintar en cada capítulo la situación que culminó con la cópula engendradora.
Crace juega con la paciencia de los lectores haciéndonos pasear por mitines políticos, bares de moda, una inundación, una escena teatral, para culminar con unas pocas líneas en el ansiado acto sexual –los personajes nunca se muestran románticamente embriagados ni tampoco muy satisfechos– causante de lo que este narrador considera siempre un error, el hijo.
Las hipótesis sobre el funcionamiento de la mente masculina así como de la femenina –en este caso con más variantes– serán discutibles pero no dejan de ser provocadoras. Así como también lo es la decisión de situar a los personajes en una indefinida ciudad –que él llama ciudad de los balcones y también ciudad de los besos– de la Europa del este. Este lugar impreciso, azotado por la represión, el desastre climático y otras situaciones, es una buena broma, el lugar es otro accidente. Crace parece decir con cierta sorna que en todas partes la gente nace porque sí.
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