LA VENTA EN LOS OJOS
› Por Luciana Peker
Dicen las abuelas –o decía la mía– que los cumpleaños de antes –o así eran los de mi abuela Tita– eran con chocolate caliente. Todavía recuerdo cuando la mesa grande se cubría con manteles que engalanaban las migas y las tazas celestes hacían acto de presencia y sorbos entre el azúcar en bomboncitos cuadrados. El chocolate tenía –como todos los sabores de la abuela– una presencia impronunciable e irrepetible. ¿Se puede ser espeso y dulce? ¿Se puede colmar y dar más sed? ¿Se puede ser único y no acabarse nunca? El chocolate podía. ¿Puede todavía?
Son muchas las mujeres que roban, pellizcan como un hurto al deber ser, algún chocolatín en invierno. Pero son pocas las que sorben un submarino, dejan huracanar un rectángulo marrón en una taza mitad plateada, mitad de vidrio, toda llena de leche y, se animan a, encima, revolver el desafío con una cuchara tan alta como la medición de calorías de ese chocolate caliente. Por no aventurar que hay un punto CH para la palabra orgasmo en el acto de combinar un churro a temperatura cálida con un chocolate hirviente entre el raro azar –más aún, más ahora– de las manos frías acariciadas por la loza y abrigadas por la textura de la amalgama ya revuelta en la garganta. No es cierto que no haya mujeres irreverentes al mandato Ravenna de vivir para no comer, pero es cierto que ese mandato –entre otros como el apuro, la sobrecarga o el marketing– ha puesto una veintena de gaseosas, aguas no gaseosas, jugos y tecitos a la oferta de las bocas.
Nada irrepetible, espeso, único. Nada como un chocolate. Pero, especialmente, no sólo el chocolate es olvido –y esto sí es más que nostalgia o éxtasis amarronado– la leche, también, es gota, gotita o nada. “En las mujeres menopáusicas la ingesta de calcio va de los 700 a los 800 miligramos por día cuando se recomienda que llegue a los 1500 miligramos”, alertó en un diario el médico José Zanchetta, de la Federación Internacional de la Osteoporosis, una enfermedad que afecta, en la Argentina, a una de cada tres mujeres y puede prevenirse o aminorarse –por el fortalecimiento de los huesos– con mayor consumo de leche. Las mujeres son especialmente vulnerables a la osteoporosis y propensas a debilitarse, por ejemplo, por la pérdida de calcio, en los embarazos. Por eso, que la nueva Chocolatada Sancor proponga “Volvé a tomar leche” con la imagen de una joven que se atreve a la travesura de bajarse –la chica tiene sonrisa pícara– una chocolatada (que, además, se promociona por tener noventa por ciento de leche) es un quiebre para evitar, justamente, el quiebre de los huesos femeninos. Por supuesto, la publicidad de esta chocolatada apunta a las mujeres porque es light. Es light porque tiene un 27 por ciento menos de calorías que la versión común. Y se supone que las mujeres no toman leche porque no es rica y no toman chocolatada porque engorda.
Pero, esta vez, demos una tregua a la batalla contra la relación feminidad = liviandad y festejemos que una campaña les diga a las mujeres –jóvenes y adultas– que la hora de la leche no se terminó en la infancia. Ni el chocolate en los recuerdos de la abuela.
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