LA VENTA EN LOS OJOS
En YPF siempre ayudamos a formar grandes parejas: como el paisano y la chata, la familia grande y el lanchón, el taxista y el 504, el Torino y la General Paz, el camión y el mochilero, el 1114 y los escolares. Y no paramos ahí: la unión del fletero y el rastrojero, el clásico y la novia, el tractor y el campo y así seguimos con el auto de carrera y la promotora, el de la campera de cuero y la chopera, la cupé y el soltero, la rural y el casado y la pareja que siempre estuvo, está y seguirá estando: YPF junto a los argentinos”, describe la publicidad “Parejas” de YPF.
Repasemos las parejas al volante propuestas por la empresa que –aun privatizada– pretende compras vendiendo el ser nacional empetrolado. Pero cuando decimos el ser, decimos él, él y él. El paisano, obvio, es un hombre de campo, la familia grande, obvio, es conducida por un jefe de familia –anche setentista–, también es retro el culto a los Torino, pero como si los tiempos no hubiesen cambiado el taxista es sólo tachero, los mochileros son sólo muchachos y ni siquiera existen las transportistas escolares (que son muchas). Mientras que en los autos particulares, sólo está el soltero canchero (espiando por el espejo retrovisor) o el casado con una esposa que lo mira con cara de embobada (sería más exacto decir boba) en el asiento de acompañante. La ausencia de mujeres es tan notoria como la cantidad de mujeres que manejan.
Para YPF, en cambio, las mujeres que existen son las novias, las promotoras en las carreras de autos o las esposas. No hay ninguna –¡ninguna!– mujer conductora. Como si ellas no manejaran, no existieran, no se comieran colas para cargar nafta y no trabajaran para pagarla. Como si ellas no sufrieran los embotellamientos y no gozaran de ese caparazón andante cuando llueve, como si ellas no sugirieran nunca: “¡Subí que te llevo!” y no se sintieran invencibles animándose a ir a ver el río en una noche cualquiera o volando con sus hijos para llegar de fútbol al dentista.
No hay duda de que el volante es poder. Y no poder mostrarlas es borrarlas del mapa.
Hay muchas manera de ningunear a las mujeres conductoras. Una es pasarlas, otra insultarlas, está el clásico “andá a lavar los platos” y la otra –no menos contundente– es invisibilizarlas o ponerle calcitas a la chica de ojos verdes con gorrita para la foto –mejor si se le moja la remera con champán– como hizo YPF, que sólo ve varones subidos a motos, camiones y autos. Por suerte, Edurne Cadernas escribió a Las/12 para quejarse: “Es terrible la propaganda de YPF: las mujeres no manejan directamente, solo acompañan... ni de coequiper las muestran” y la periodista de este suplemento Gimena Fuertes también se indignó “¡Y justo dicen que YPF es de todos los argentinos!”. ¿Qué argentinos? ¿Eso incluye a las argentinas? Por suerte, la publicidad ya no es sólo una tanda para hacer zapping, sino una zona de crítica que tiene cada vez los ojos más abiertos, para que nadie se haga el distraído. Las mujeres –muchas mujeres– sí vemos a los que no nos quieren ver.
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