CONFESIONES DE VERANO
› Por Carla Nylon
Jamás pude entender a ese supuesto al que adhiere la gran mayoría que dice que en invierno se engorda; al revés que en verano. Como prueba del consenso general en torno de esta afirmación, vayan las cientos y cientos de páginas que dan consejos, dietas, tratamientos de precios estelares y ejercicios sólo aptos para acróbatas para “ponerse a punto” antes o apenas empezado el verano cual si una fuera una máquina a la que hay que revisar aceite y cubiertas antes de salir a la ruta. No seré yo quien niegue que a una le gustaría estar espléndida para mostrarse como tal en el escenario elegido para el descanso; pero tampoco seré yo la que se ofrezca en sacrificio en nombre de esplendor tan pasajero. Porque en lo que a mí respecta, interese o no la opinión de una anónima servidora, buena parte del verano lo representa el placer de tomarse unos traguitos al aire libre, comer salame al costado de la pileta, atosigarse de helado –ta’ bien, puede ser de fruta– y sobre todo abandonar el ejercicio que concienzudamente realizo durante el invierno. ¿Quién puede en su sano juicio salir a correr a la mañana con treinta grados a la sombra? No es mi caso, como sí lo soporto en el invierno cuando el deseo de quitarse un poco la ropa es suficiente para poner a circular la sangre mientras el sol tibio de las once sobre la cara anticipa que todo acaba, incluso el frío.
Habrá quien diga que se puede hacer la purificadora actividad física al atardecer, ¿a la hora en que te venden dos tragos a precio de uno? ¿a la misma en que se puede ver la vida pasar desde la vereda de cualquier bar fumándose un puchito? Bien sabido es que después de sudar la gota gorda no está recomendado fumar al menos durante las tres horas siguientes; así que no esperen de mí que haga mis ejercicios por la tarde.
A decir verdad, nadie espera nada de mí y en general a quienes dan consejos les alcanza con que se los compre en el formato que sea y no que se los cumpla, pero bueno, a mí me convidaron a hacer una confesión de verano y hela aquí: los materiales se expanden con el calor y a las reglas físicas no se las acata según la voluntad propia sino que se imponen como universales. Así que dejemos que se acumule lo que ahora sobre, pues esto como todo, también pasará.
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