ARQUETIPAS
la cambiante
› Por Sandra Russo
–¿Vos te fijaste que yo siempre uso los mismos aros y vos siempre usás aros distintos?
–No, ¿vos siempre usás los mismos aros?
–¿No te fijaste?
–Son esas argollitas de plata, ¿no?
–Ah, te habías fijado.
–No, no, pero recién me vino tu imagen a la cabeza y es cierto, veo tu cara y en las orejas te veo las argollitas de plata.
–¿Te diste cuenta lo diferentes que somos?
–¿Te parece que es para tanto?
–Absolutamente. Hace dos días que lo estoy pensando.
–¿Hace dos días que estás pensando en que vos usás siempre los mismos aros y yo voy cambiando?
–Sí.
–¿Y por qué te parece tan importante?
–Por ejemplo, ¿vos por qué cambiás de aros todo el tiempo?
–Qué sé yo, me gustan los aros.
–¡A mí también!
–Bueno, pero a mí me gusta vérmelos puestos. Un día me levanto como para aros colgantes, otro día como para aros chiquitos, otro día como para aros raros...
–¿Y a mí qué me pasa?
–Y yo qué sé.
–Yo sé. Yo me aferro a las cosas. Soy muy apegada. Encontré hace tres años estas argollitas de mierda y ahí me las dejé puestas. Soy cobarde.
–Ay, nena, ¿por un par de aros vas a ser cobarde?
–Pero los aros no vienen solos. Yo no me animo al cambio, ¿te fijaste?
–¿Que vos no te animás al cambio? Vas por el cuarto marido, por la tercera carrera y por la decimoquinta casa. ¡Te mudás cada dos años, me cache en diez! ¿Cómo que no te animás al cambio?
–Sí, pero vos...
–Yo estoy casada con Paco desde que tomé la primera comunión y vivo en la casa que fue de mis viejos.
–Sí, pero vos...
–Entre vos y yo es obvio cuál se anima a los cambios y cuál no. Y yo no soy.
–Sí, pero yo digo al cambio de aros...
–Ah, bueno.