Vie 05.03.2004
las12

TALK SHOW

Cero onda

Volvió una noche –el 7 de febrero pasado– todavía más pesimista, más cínico, más amargo, más egoísta, más escéptico, más inadaptado, más áspero, más rencoroso, más resentido, más desubicado, más arbitrario, más desconfiado que la temporada pasada. Al parecer, Larry David –interpretándose a sí mismo, magnificando sus aspectos negativos– sólo quiere empeorar en la serie que protagoniza, Curb your Enthusiasm (Bajoneándose, aproximadamente), que fuera recomendada con entusiasmo indigno de causas más positivas en la sección Perlas y perlitas en TV. Bueno, estimadas, si no probaron aún este fruto venenoso cuyo único antídoto es la risa un poquitín culposa que provoca, sepan que todavía están a tiempo, pues les quedan seis capítulos de bellaquerías a partir de mañana sábado a las 22. David, ya saben, fue el coautor y coproductor de Seinfeld, y luego decidió tomarse a sí mismo de punto, de sujeto y objeto de burla, pero no en situaciones excepcionales sino en las cotidianas, tan banales que terminan dando la sensación de que la Ley de Murphy fue escrita con dedicatoria para este despiadado humorista.
Incorrecto en todos los planos posibles, Larry David no necesita de gags en el estilo evidente de los hermanos Farrelly –que juegan con la caca de Jeff Daniels, el semen en el pelo de Cameron Diaz, animales enyesados, discapacitados cometiendo torpezas–, porque la maldad le fluye naturalmente, sin alardes, en las pequeñas cosas de la vida. Y como es un miserable pesimista, tal como se retrata sin remilgos a sí mismo en la serie, todo le suele salir para el demonio, sus problemas siempre se agravan, sus desdichas jamás se solucionan de manera favorable (al revés de los citados Farrelly que, mucho aspaviento de irreverencia chocante, pero habitualmente encaminados al final feliz con el triunfo de la verdad, el amor, etcétera). Descontento por vocación, Larry no practica las virtudes cardinales –salvo a veces la de la prudencia, que en su caso se acerca a la cobardía– ni mucho menos las teologales, puesto que es un cínico que desconoce la esperanza y la caridad, además de un sofista capaz de engañar a sus interlocutores defendiendo cualquier afirmación por puro capricho. El cree que vive en el peor de los mundos posibles y se conduce en consecuencia, subordinando permanentemente el bien ajeno al propio con total desparpajo.
Increíblemente, este tipo tiene una linda esposa, sensata y ubicada, que lo pone en su lugar cada tanto, pero lo banca; un socio gordo y bonachón llamado Jeff, que intenta contenerlo, y actualmente –además de un stand up que lo persigue con su nuevo show, o un dentista que le complica la vida sólo porque lo invita a cenar sin motivo aparente– se ha unido a Ted Danson y Michael York –como ellos mismos– para crear un restorán que quizá se llame Bobo’s. Están en eso y acaso lleguen a algo si el malévolo Larry no sigue poniendo piedras en el camino, su actividad favorita aparte de pelearse con los vecinos, recelar del compañero de tenis de su esposa, llevarle brownies con Benadryl a la novia del stand up a la que le ha salido una alergia y no toma remedios porque es de la Christian Science. En los últimos capítulos, entre otras delicadezas, Larry –siempre listo para la alusión sexual indiscreta– le comentó maliciosamente a un editor el tamaño del pene del hijo de cinco años (al que había atisbado en la propia casa del tipo, cuando sacaban al chico de la pileta); no contento con enojar al hombre al que quería pedirle un favor, al contarle el episodio a su socio se refirió al crío como “el niño porno”. Después fue y compró montones de donuts gigantes en una panadería, sólo porque estaba por cerrar, y las descargó en casa de Jeff, ignorando el rechazo indignado de la mujer. Pero por una vez las cosas no salieron del todo mal: las superdonuts que ella había arrojado a un patio interior le sirvieron para atenuarle el golpe cuando la niñera –que, claro, había sido recomendada por Larry– la arrojó por el balcón del primer piso. Lo que se dice una desgracia con suerte.

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