TALK SHOW
Anouk Aimée está de regreso
› Por Moira Soto
Increíblemente, la cara angulosa de rasgos muy definidos (frente alta, nariz importante tirando a aguileña, boca grande de rictus apenas escéptico) sigue siendo la misma cuarenta años después: últimamente se la pudo ver por el canal de cable Europa Europa en la pieza maestra de Fellini, 8 y 1/2 (1963) y la semana próxima estará al alcance del público en La pequeña pradera de abedules (2003), película reciente dirigida por Marceline Londen-Ivers que se proyectará en la Semana de Cine Judío. No es que el tiempo no haya pasado para ella, pero la extrañamente bella Anouk Aimée, que enamoró a tantos espectadores en el exitazo caramelizado de Claude Lelouch Un hombre y una mujer (1966), quizá con una ayudita del cirujano, resulta inmediatamente reconocible a pesar del exceso de maquillaje y del chillón tono rojizo del pelo. En La pequeña pradera de abedules, con la sobriedad elegante que siempre ha sido su marca de fábrica, Aimée interpreta a una sobreviviente judía que regresa a visitar el campo de concentración donde estuvo secuestrada y zafó por azar de ser gaseada y cremada.
Decía la directora de Portero de noche, Liliana Cavani, que cuando investigó sobre sobrevivientes del Holocausto, le llamó la atención descubrir que algunas mujeres volvían regularmente a visitar el sitio donde habían estado detenidas, quizá para no olvidar, así como otras que trató de interrogar, habían elegido olvidar, negar. Myriam, la protagonista de La pequeña pradera..., hace un viaje de meditación, de revisión, también de homenaje a sus compañeras de reclusión.
Judía por parte de padre, Nicole Dreyfus –luego rebautizada por Marcel Carné y Jacques Prévert– tuvo una infancia ardua en la Francia de la Ocupación, intentando siempre pasar inadvertida después de que su madre la sacó de París, donde debió llevar la estrella amarilla. En Marsella, luego en la montaña, Nicole vivió con tíos, abuelos, supo que el padre había caído prisionero mientras que la madre estaba en la Resistencia. En la escuela, cierta vez, fue llamada “sucia judía” por una niña que amenazó con denunciarla a los nazis. De hecho, a la salida la chica fue a buscar a un soldado alemán y le señaló a Nicole, que había empezado a llorar en silencio. Sorprendentemente, el tipo la tomó de la mano y la llevó a casa de su abuela.
Después de la liberación, en plena adolescencia, Nicole fue descubierta por el cineasta Henri Calef y debutó en La maison sous la mer (1947), enseguida Marcel Carné la convocó para estar en La fleur de l’age, film que nunca terminó. Pero de ese encuentro surgió el nuevo nombre de la joven que todavía soñaba con ser bailarina de noche y farmacéutica de día: Anouk Aimée. Al poco tiempo, Prévert escribió para ella Los amantes de Verona (1949). “A los 16 me sentaba en el café en la misma mesa que Camus, Sartre. Jean Genet fue el padrino de mi primer casamiento”, ha recordado en más de una oportunidad AA. Quien, sin embargo, siempre prefirió hablar lo menos posible de su infancia y primera adolescencia bajo la amenaza de ser llevada a un campo de concentración. “Me da mucho pudor, hubo muchísima gente que no tuvo mi suerte, que sufrió tanto, que fue asesinada”, ha dicho la actriz de La dolce vita, de Fellini, de Una noche, un tren (1968), de André Delvaux.
En La pequeña pradera de abedules, Myriam viene de Nueva York a encontrarse con otras sobrevivientes, entre ellas una amiga cercana (Marilú Marini). Intercambian recuerdos, discuten datos. Y Myriam marcha hacia el lugar donde estuvo prisionera, busca entre los pabellones rodeados de pasto el suyo, desgrana los nombres de sus compañeras decautiverio, marcha a los sones imaginarios de la polca Trish Trash de Strauss, echa del lugar a un fotógrafo que considera un intruso en el territorio de ella, rememora instancias de la vida cotidiana en el infierno que le permitieron conservar su dignidad (“tratar de estar limpia, no abandonarme nunca”). Vuelve sobre sus pasos, los pasos del pasado, entabla relación con el fotógrafo, nieto de un SS, y le confía que cuando estaba en el campo, su padre, también prisionero, logró hacerle llegar una esquela que la emocionó mucho. “¿Qué decía?”, quiere saber él. “Jamás me pude acordar”, se apena ella.
La pequeña pradera de abedules va el próximo jueves 4 a las 13, el viernes 5 a las 17, el lunes 8 a las 19, el martes 6 a las 21 y el miércoles 10 a las 11, en los Hoyts del Abasto.