TALK SHOW
¿amas de qué?
Césped verde, empalizadas blancas, típicas fachadas de casas de dos plantas de algún suburbio norteamericano. Voz en primera persona de alguien que dice llamarse Mary Alice, ama de casa del lugar que el jueves pasado logró ser mencionada en el diario. Las cosas sucedieron de este modo: ese día, Mary Alice preparó el desayuno para su marido y su hijo, puso en marcha el lavarropas, cumplió con sus objetivos del día (limpiar, pintar un banco del jardín, ir a la tintorería). “Un día como cualquier otro, puliendo la rutina de mi vida hasta que brillara de perfección”, dice la voz en off de la mujer. Hasta que, sorpresa, Mary Alice fue hacia el placard del pasillo, tomó el revólver que nunca había usado y disparó. “Mi cadáver lo halló mi vecina Martha”, prosigue la voz que ahora sabemos que es de una muerta, que ha de convertirse en la relatora de Desperate Housewives, la nueva serie de la señal de cable Sony, que se emite desde el jueves 4.
Este fue el incitante arranque de una serie que en sus dos primeros capítulos no se ahorró críticas punzantes –entre el cinismo y la obviedad, la crudeza y cierta saludable malevolencia– al ejercicio de ese oficio sin sueldo y sin horario, en el marco de un barrio residencial donde, como dice una de las amigas de Mary Alice el día del entierro, “¿Qué problemas podría tener ella para suicidarse si su vida era como la nuestra?”. La que hace este comentario es Gabrielle, una ex modelo deNueva York, casada con un empresario que la usa como anzuelo para sus operaciones comerciales y además le pide que en las reuniones mencione el precio de la última alhaja que le regaló. Hace unos años, Gabriel García Márquez publicó en el diario Clarín un artículo –que fue brillantemente refutado por Griselda Gambaro– titulado “Las esposas felices se suicidan a las 6”, supuestamente basado sobre una estadística que demostraba que ése era el momento preferido por las amas de casa para matarse, “el abismo de las seis de la tarde”, después de realizar esa serie interminable de tareas que, declaraba el escritor, “yo no las haría por ningún dinero ni ninguna razón en este mundo”. No sabemos a qué hora exactamente se pegó el tiro Mary Alice, pero casi seguro que fue antes de las seis, porque no preparó la cena (que en los Estados Unidos se sirve muy temprano, a partir justamente de esa hora fatídica).
Las visitas de condolencias, con el correspondiente plato de comida, sirven para presentar a otras amigas del círculo (¿del laberinto?) de Mary Alice, además de la contoneante Gabrielle que llega con una paella: Lynette, ex ejecutiva de carrera que, por sugerencia de su esposo, al quedar embarazada, dejó su trabajo: “Estar con los niños iba a ser menos estresante. No fue así; por eso el pollo frito que trae debió comprarlo en un restaurante. Pero seguro que Lynette no tiene tiempo de pensar en la ironía de su situación”, comenta Mary Alice al tiempo que se ve a la crispada madre precedida de tres niñitos (dos de ellos mellizos) y con un bebé en brazos (al que llamará “mi pequeño vampiro” al darle la teta). La tensa e impecable Bree arriba con dos cestas de scons, haciendo honor a su fama de esposa y madre perfecta, “que se creen todos excepto su propia familia”, aclara la finada relatora. Susan, la recién divorciada a su pesar (el marido se fue con la secretaria), se presenta portando el único plato que sabe hacer (mal), pastas con queso; al menos, ella es ilustradora de libros para chicos. Sentadas alrededor de la mesa, las mujeres discurren acerca de las oportunidades de ser infieles que tienen algunos maridos. El de Lynette, por caso, siempre en viaje de negocios. Ella se encoge de hombros: “Me ha embarazado tres veces en cuatro años, ojalá se acostara con otra...”.
Al día siguiente, todas vuelven a sus ocupaciones habituales (“unas a cocinar, otras a limpiar, algunas a hacer yoga...”), aunque, suicidio aparte, algo ha cambiado en el barrio al mudarse un atractivo plomero (que da pie a típicos chistes de doble sentido sobre destapar cañerías) que empiezan a disputarse Susan –apoyada por su pizpireta hija adolescentita– y la provocativa Edie, “la divorciada más depredadora del sitio”, al decir de Mary Alice.
Entretanto, Lynette sigue en la lucha por disciplinar a sus rebeldes críos, y no la ayuda el encuentro casual con una ex compañera de trabajo que le comenta que si no hubiese renunciado, ya sería directora, y le pregunta: “¿No te encanta ser madre?”, a lo que Lynette responde como siempre, con una mentira: “Es el mejor trabajo que he tenido”. Esta mujer, harta de niños y de tareas del hogar, es quizás el rol más logrado de esta serie creada por Marc Cherry. Aunque Bree, la de la sonrisa contracturada, es un hallazgo de obsesividad imparable (uno de sus hijos le pregunta si es la intendenta de Stepford, aludiendo a la novela de Ira Levin varias veces llevada al cine y la TV, la última con Nicole Kidman, titulada aquí Las mujeres perfectas). Pero es el personaje de la suicida Mary Alice el que aún no reveló su lado más oscuro, un secreto que al parecer involucra a su resentido marido que no le perdona haberlo abandonado.
Desesperate Housewife va los jueves a las 22 por Sony.