Vie 17.12.2004
las12

TALK SHOW

Los rollos de Bridget

› Por Moira Soto

Subir o bajar notoriamente de peso, ¿se puede considerar, per se, un recurso interpretativo plausible? El afearse, desglamorizarse y/o añadirse postizos, ¿suma méritos a una actuación y puede ayudar a ganarse el Oscar, o al menos algún Globo de Oro? Robert “Toro salvaje” De Niro, Charlize “Monster” Theron, Hilary “Los chicos no lloran” Swank podrían responder que sí (si no se sintieran menoscabadas/os al reconocerlo, claro). Incluso Nicole “Las horas” Kidman estaría en condiciones de hablar de las ventajas de una rotunda nariz postiza aguileña enchufada sobre la suya respingona. Apéndice que llevó a sobrevalorar un laburo –encarnar a Virginia Woolf– ciertamente inferior a su participación, por caso, en Los otros, Dogville, Moulin Rouge... O a su rendimiento en el futuro estreno, Reencarnación, donde, por otra parte, su consabida flacura se ha vuelto casi descarne. Algo semejante a lo que sucedió recientemente con el notable actor Christian Bale, que apareció en The Machinist apenas con la piel y los huesos. La diferencia con Nic, naturalmente magra, es que Bale, para interpretar al trabajador de una fábrica en lucha contra un demonio interior, rebajó unos 28 kilos. El resultado es escalofriante y, aunque el film no justifica tamaño sacrificio, ya se habla de un Oscar para el recuperado Christian.
La que seguro no ha de ligar en abril próximo la “codiciada estatuilla dorada” es la cachetuda Renée Zellweger, aunque haya engordado más de 10 promocionados kilos. Primero, porque ya le regalaron un Oscar el año pasado por Cold Mountain, el anterior fue candidateada pero se lo arrebató la rozagante Catherine Zeta Jones (con quien había compartido cartel en Chicago), y segundo, porque Bridget Jones: Al borde la razón, aparte de ser una comedia (la Academia hollywoodense suele preferir el drama) es una película tirando a impresentable, una secuela traída de los pelos rubios de esta actriz tan propensa a aspavientos, gimoteos y visajes.
Como se sabe después de haber visto la primera parte, Bridget, retrógada, desesperada por casarse y con cerebro de mosquito (de los de última generación, que vienen más grandes...), no es una chica carnosa que esté bien en su piel y se desmarque del modelo anoréxico en boga (como le sucede a la atractiva Carry Manheim, de la serie Los practicantes). No: Bridget, que tampoco es una reboluda total, aunque sí bastante mofletuda, sólo quiere adelgazar, además de conseguir marido legal. Por cierto, ambas aspiraciones, sumados a sus celos enfermizos y a sus enervantes chambonadas no alcanzan para sostener este relato con olor a refrito, sobre todo si se considera que el aceite ya era de mediocre calidad en la primera entrega.
Causa gracia leer las declaraciones de la cada vez más afectada Zelly a la revista española Fotogramas (noviembre de 2004), posando de puntillosa: “Necesité tiempo para hacerme a la idea de volver a interpretar a Bridget... La traba era que quiero tanto al personaje que me sentía obligada a protegerlo y a preservar su integridad”. ¿No es conmovedor? En especial si se sabe que, por sentimientos tan elevados, RZ cobró 11 palos verdes, casi 7 más que por El diario..., y se ha dicho que le ofrecieron 89.600 euros por cada medio kilo que engordase por encima de lo previsto. Pero a la actriz la irrita que se le pregunte sobre este tema “porque reduce al personaje a un aspecto banal, a una parte minúscula de lo que es”.
Entre los tropiezos de la sobrealimentada Bridget (además de otras vituallas, RZ manducaba hasta 20 donuts diarios durante la etapa de engorde) figura el de caer presa por error en Tailandia. El chiste –ja,ja– es que la ahora notera televisiva advierte las bondades de su abogado Darcy, al compararlo con los novios de sus compañeras de celda, golpeadas y obligadas a prostituirse por sus novios. Pero si de todos modos no confían en esta columna y se sienten en algún lugar identificadas con Bridget Jones cada vez que la ven por cable con su ridículo mameluco, si se arriesgan a ver Al borde la de la razón, siempre les quedará Hugh Grant, aunque aparece poco y está más cínico. Pero su irresistible y sutil vis cómica reluce al lado de la cebada Zelly.

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