Vie 21.10.2005
las12

TALK SHOW

La patria del musical

› Por Moira Soto

La vida puede resplandecer en América,/ si puedes volar en América./ La vida está bien hecha en América,/ si eres blanco en América", cantaba en el rol de Anita, con toda la energía del mundo, Rita Moreno en la gloriosa versión cinematográfica (1961) de West Side Story, musical estrenado en Broadway en 1957. Esa alusión al racismo de muchos norteamericanos hacia latinos y negros –racismo que también incluye a los judíos, aunque no en este relato– ya no tiene la vigencia de hace cuatro décadas, aunque persista insidioso, más allá de Jennifer Lopez o Denzel Washington.

Empero, a comienzos del siglo XX, cuando Florenz Ziegfeld comenzó a plantar las raíces de la comedia musical de Broadway en el escenario del New Amsterdan Theater, las cosas estaban mucho peor en materia de discriminación. Tanto que cuando contrató en 1910 al extraordinario comediante negro Bert Williams –"el artista más divertido y también el más triste del mundo", según WC Fields–, hubo varias amenazas de renuncias por parte de integrantes del gran elenco de las Ziegfeld Follies. El empresario no se achicó: "Hagan lo que quieran. Puedo reemplazar a cualquiera menos a él". De todos modos, en una época en que los blancos pintados hacían de negros (y no sólo en teatro, también en el cine), Williams debió oscurecer aun más su piel sobre la escena para responder al estereotipo. Pero el tipo tenía su orgullo y no se bancaba el apartheid: ya exitoso, una noche entró en un elegante bar y pidió un martini. "Le va a costar mil dólares", le soltó el barman con cara de pocos amigos. Imperturbable, Williams se abrió el abrigo, sacó la billetera, puso cinco mil verdes sobre la barra y ordenó: "Deme cinco". Esta es una de las sabrosas historias que se cuentan en el primer capítulo de la fascinante serie documental Broadway, El musical americano, que se emitirá por la señal de cable Film & Arts.

La primera entrega, Dale mis saludos a Broadway, abarca el período que va de 1893 a 1927, con el desaforado Florenz Ziegfeld como figura descollante en la producción de espectáculos que combinaban elementos de la revista musical francesa, la opereta europea y el propio vodevil marginal neoyorquino. Hijo del fundador del Chicago College of Music, Florenz se dedicó al negocio del show desde muy joven. Cuando su padre lo envió a Europa en busca de material, volvió con varios números, entre ellos una banda militar. Pero Eugene Sandow, "el hombre más fuerte del mundo", resultó su adquisición más impactante cuando lo presentó en la Feria de Chicago. El fisicoculturista no bailaba, no cantaba, no actuaba, sólo exhibía –apenas cubierto por un taparrabos– su desarrollada musculatura y se dice que las mujeres desfallecían (algunos hombres también).

En 1907, en el teatro que luego sería la selvática cucha de El rey León, Florenz Z. lanza la creación de su vida, The Ziegfeld Follies. Números musicales, cuadros vivos, monólogos, canciones, sketches. Aunque el empresario tuvo a talentos como Bert Williams, Irving Berlin o Fanny Brice, la pièce de résistance la constituían las Ziegfeld Girls, es decir, las bellas, altas y esbeltas coristas que animaban entre plumajes increíbles, falsos desnudos y rutilante bijouterie escenas de ensueño, entre el surrealismo y el kitsch, a menudo con diseños de Erté. Dos de ellas, Doris Eaton y Dana O'Connell, ya muy viejitas pero lúcidas y saludables, dan su testimonio en este primer capítulo, incluso Dana bailotea y canturrea un poco sobre el mítico escenario del New Amsterdam.

Entre las estrellas de los primeros tiempos de este género que "te desempolva el alma" –según Mel Brooks–, además de la reiterada mención de dos grandes como Marilyn Miller y Billie Burke –además, mujer de Florenz Z.–, hay fragmentos de las actuaciones, al final de los '20 , de la increíble Fanny Brice (pálidamente homenajeada en el musical Funny Girl en los ’60). Una actriz, cantante y bailarina que no se acercaba al modelo de belleza convencional de las chicas del coro, y que impuso su calidad, tanto en la comedia como en el drama, apelando a menudo a su acento judío. Adorada por el público que comía de su mano, Fanny, según se la puede ver en este documental, saltaba de la comicidad más zafada (Becky ha vuelto al ballet) a las fuertes emociones del tema Mi hombre, que F. Z. compró en Francia para ella.

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