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De lolas y lolitas
› Por Moira Soto
Se nos fue Ally McBeal y toda su corte de compañeros de laburo, clientes, novios, y en los ultimísimos capítulos, incluso una hija de 10, que irrumpió sin aviso, nacida de un óvulo que la protagonista de esta producción de la Fox donó para otros fines cuando cursaba el college. Se nos fue, pues (¿quién de nosotras no la vio algunas veces, muchas veces?), la serie que incorporó (y convirtió en estrella) a una chica llamada Calista Flockhart, apenas conocida hace cinco años en el ámbito teatral gracias a su Laura de El zoo de cristal, fichada por el ojo avizor del creador de los guiones, David E. Kelly (más conocido como el marido de Michelle Pfeiffer).
“Ally McBeal” impuso en el estudio jurídico el baño unisex, centro de encuentros no tan casuales, de escuchas indiscretas, de equívocos suertudos y de los otros... Y sobre todo, a lo largo de un lustro y a través de los casos que defendían sus letrados, “Ally...” puso sobre el tapete una problemática de actualidad, en muchos casos vinculada con las diversas formas de discriminación, tratada de manera abierta y equitativa, sin maniqueísmos ni en simplicaciones. Y aunque Ally fue hasta cierto punto el eje del relato, con sus contradicciones, su honestidad básica y sus fobias, su vulnerabilidad y su fortaleza, lo cierto es que varios personajes secundarios femeninos y masculinos (Nelle, Elaine, John, Billy, Richard, la estupenda villana Ling, luego –lamentablemente– abuenada) cobraron relieve propio y evolucionaron a través de los numerosos capítulos.
El conservadurismo periodístico en alza los últimos años ha insistido en llamar, a la protagonista y a la serie, posfeministas (como si el sexismo, la misoginia y la desigualdad hubiesen desaparecido mágicamente del planeta). Por otra parte, se ha puesto el acento en el falaz argumento que señala que las mujeres autónomas económicamente, que realizan su vocación profesional y hacen uso de su libertad sexual, son desdichadas en el amor, frustradas en su vida personal y neuróticas sin remedio. Si nos fijamos en el amor en la vida de Ally, digamos que haber tenido grandes momentos de amor con tipos tan divinos como Billy (Gil Bellows) y Larry (Robert Downey Jr.) y secuencias tiernas y hasta eróticas con otros varones un pelín horteras pero buenazos (como el plomero de Jon Bon Jovi), sin olvidar el romance latente con ese gnomo sensible y gracioso llamado John (Peter MacNicol), si disfrutar de estas deleitosas relaciones a lo largo de cinco años es ser desafortunada en el amor, ¿dónde están las afortunadas? Además, el guapísimo Billy se murió (el actor debía irse a otra serie) y al tesoro de Larry también hubo que matarlo (por desgracia para la serie, Downey Jr. volvió a caer en cana por drogas). De modo que los detractores de las chicas independientes y desprejuiciadas ni siquiera pueden alegar que Ally fue abandonada por sus mejores novios.
Como se sabe, Calista F. es una chica lisa, cuyos pechos apenas quedaron en pezones ligeramente desarrollados, lo que no le impidió lucir mini-minis que fue alargando, y volvió acortar en el último capítulo, para el casamiento de Richard, el escéptico, (Greg Germann) con Liza Bump, a cargo de la maravillosa Christina Ricci, presente en los episodios finales con sus lolas contundentes, su metro y medio que se duplica merced a su talento. Liza parecía un proyecto avanzado de femme fatale, pero Richard descubrió, debajo de sus gestos de maldita ingeniosa, un corazón más grande que sus dos tetas juntas.
Por el bien de su hija recién venida, Ally se despidió emotivamente en el final, aunque felizmente las lágrimas se alternaron con las risas provocadas por Carl Reiner en su desopilante actuación como ministro de la boda. Pero antes, en el capítulo visto el 31/5, para quienes no se enteraron (¡todavía!) de qué va el feminismo, el gnomo John defendió a una chica dura obligada a hacer un curso de suavización. Así dijo John en su alegato: “Querer hacer a esta mujer más agradable, más femenina, tiene un nombre: sexismo. No se manda a hombres agresivos a este seminario... ¿Qué mensaje les estamos mandando a nuestras hijas? Que si quieren lograr algo, tienen que mostrarse frágiles, lloriquear, ser remilgadas. Miren a esta abogada que representa a la empresa de nuestra clienta: es feroz y muy competente, pero acaba de usar las lágrimas como arma. Porque eso es lo que se espera del sexo débil, ¿no? Ser suave para ser aceptado socialmente en el mundo de los hombres. Las mujeres tienen el derecho de actuar según su temperamento y, si así lo desean, ser tan rudas y duras como los hombres. Y si la sociedad tiene problemas con estas mujeres, hay que decirle lo mismo que a nuestras hijas: que no deben ir por la vida haciéndose las débiles”.