Vie 28.06.2002
las12

TALK SHOW › TALK SHOW

Un amor de cisne

› Por Moira Soto

Si ya poner el pie sobre cualquier escenario, zona consagrada casi siempre inabordable para el público, provoca en la cronista cierta sensación de ajenidad, de invadir territorio, imagínense si esas tablas son las del Colón, y antes debió atravesar las bambalinas, entre estatuas de desnudos muy sombreadas y algunas piezas de mobiliario pertenecientes a la escenografía de Las bodas de Figaro... En el escenario, bajo la luz cenital de los ensayos, con ropa de fajina –mallas, polainas, suéteres, joggins, faldas– entre la que harán notar más tarde algunos níveos tutús, bailarinas y bailarines conversan en esas típicas posiciones de descanso, tan airosas, producto de años de entrenamiento, que una no podría sostener ni dos minutos sin que se notara el esfuerzo.
Mejor entonces sentarse en la platea desde donde la directora (cubana) del Ballet Estable del llamado primer coliseo argentino, Marta García, da indicaciones, hace comentarios, cuando no se sube en los entreactos a hablar con las/os intérpretes de esta versión integral de El lago de los cisnes, de Tchaikovski. Tres actos y un epílogo que se ofrecerán en funciones abiertas los próximos 7, 11, 16 y 17 de julio, a precios accesibles: alrededor de 20 pesos la platea y de ahí para abajo, hasta ascender al paraíso. García y Orlando Salgado han hecho una nueva relectura de la modélica coreografía creada por Marius Peitpa, con participación de Leo Ivanov y presentada en 1895 en el teatro Marinsky de San Petersburgo. Referente insuperable hasta la fecha, este diseño coreográfico –estrenado en el Colón en 1913 por los Ballet Russes– se ofreció muchas veces fragmentado, hasta que en 1963 el Ballet Estable brindó la obra completa con la sobresaliente actuación de Norma Fontela, Esmeralda Agoglia y Enrique Lommi.
Empieza el baile con el cielo estrellado y los pinitos del jardín del último acto de Las bodas... al fondo, y pese al variopinto vestuario, la luz cruda, la ausencia de la Orquesta Filarmónica que dirigirá Carlos Calleja –presente en el ensayo siguiendo cada paso, cada nota que tocan distintos pianistas–, el romance amenazado de Odette y Sigfrido empieza a tomar vuelo, a cobrar vida. Y esta vez no se mueren, como ocurría siempre en las representaciones locales –”es que los argentinos son tan trágicos”, según la directora–, mientras que en otros sitios, desde su estreno, se alternan el desenlace feliz y el desgraciado. Al cabo, El lago... es un cuento de hadas con príncipe al que le suena el reloj matrimonial y debe elegir entre varias candidatas (lo que da pie a que éstas bailen danzas de sus países, napolitanas y españolas, czardas y mazurkas). Pero él ama a Odette, convertida en cisne por el malvado Von Rothbart. Sigfrido, no esperábamos menos de él, se compromete a amar y a liberar a su chica emplumada, pese a las tretas del brujo.
Los distintos pianistas van desgranando las melodías que recorren una amplia gama de emociones, del tono elegíaco al presagioso, del humor a los colores folklóricos. Más allá de los detalles apuntados que podrían distanciar, se advierte a través del ensayo que El lago... va a ser honrado en esta versión que encabezan Silvina Perillo, Gabriela Alberti y Maricel Di Mitri (Odette, Odile), Alejandro Parente, Dalmiro Astesiano y Jorge Amarante (Sigfrido); Martín Miranda, Igor Gopkalo y Jorge Amarante (Brujo), en forma rotativa e intercambiando roles. Ricardo Reymena revisó escenografía y vestuario, en tanto que Félix Monti y Alfredo Morelli son los responsables de las luces y las proyecciones de este ballet tan clásico y tan romántico.

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