TALK SHOW
› Por Moira Soto
Por qué tanto aspaviento en torno de los vaqueros enamorados de Secreto en la montaña a esta altura de la soirée, cuando ya se han visto en el cine, entre otros muchos, romances tan fuertes como los de La ley del deseo o Felices juntos, cuando ya tuvimos milicos muertos de amor en Furyo y mucho antes en la norteamericana Reflejos en tus ojos dorados? Todo tiende a indicar que el alboroto se debe, en primera instancia, a que la historia entre Ennis del Mar y Jack Twist, si bien contemporánea, está enmarcada por el folklore del western.
Un género en el que, como decía André Bazin a propósito de El proscripto, “la mejor mujer vale menos que un buen caballo” o, dicho a la manera de Jean-Louis Bory, “es el caballo el que nació de la costilla de Adán, no Eva”. Un género de centauros, entonces, cuya virilidad (heterosexualidad) jamás era puesta en duda, salvo muy de côté en algunas producciones como Left Handed Gun (1958), de Arthur Penn. Un género, en fin, que hasta las muestras más o menos revisionistas de Sam Peckinpah en adelante, solía contar con tono épico la leyenda de la conquista del Oeste, la aventura de los pioneros casi siempre con un alto grado de idealización.
En el caso del difícil, penoso, sofocado romance de Ennis y Jack parecería que los árboles no dejan ver el bosque. Porque en realidad no es esa relación –maravillosamente descripta en el relato original de Annie Proulx y traducida al cine con mucha fidelidad por Ang Lee y sus guionistas– lo más sorprendente o subversivo de la película, sino la mirada que el director echa sobre los habitantes del Oeste norteamericano en la segunda mitad del siglo XX. Una mirada implacable bajo la cual caen también los propios protagonistas, superados por los sentimientos convulsivos que los asaltan y echan raíces en sus corazones. La mediocridad, la aridez espiritual, la chatura general resultan pavorosas... Como para preguntarse: ¿esto es lo que quedó de los pioneros arriesgados que nos mostraban en aquellos westerns tan codificados?
En Secreto en la montaña, a falta de héroes invencibles, tenemos todo el folklore establecido a través de varias décadas de auge del género: el paisaje natural abierto, el vestuario (camisas a cuadros, sombreros, jeans), el caballo y sus arreos (incluyendo el lazo y su simbolismo), la comida y la bebida (los famosos frijoles, el café, el whisky), el fueguito en la noche, las armas de fuego, el ganado que ha de ser protegido, los combates cuerpo a cuerpo (pero no de buenos y malos sino de iguales) y al final hay un duelo, sí, pero en la acepción más funesta del vocablo. Como en Junior Bonner (1971), una de las películas (injustamente) menos valoradas de Pekinpah, con el magnético Steve McQueen, todo ese aliño mitológico está puesto para contar su decadencia. En Secreto... también hay competencias de rodeo y otros rasgos de color local que hablan del envilecimiento del viejo Oeste cinematográfico. El mismo territorio donde, como remarca el documental sobre escenas gay en el cine The Celluloid Closet, John Irelan y Monty Clift comparaban sus pistolas, en el film Río Rojo de Howard Hawks.
En esas épocas del Código Hays, según dice Robert Patrick en el prólogo del ensayo Las películas de gays y de lesbianas, “en los Estados Unidos las imágenes dominantes eran las de las estrellas de cine (...) Sin embargo, los homosexuales sencillamente no existíamos. James Dean y Montgomery Clift interpretaban a heterosexuales: la identidad gay estaba negada”. Quizás uno de los grandes méritos de Secreto..., con sus preciosas postales de algún lugar de Canadá, sus puestas de sol y las endulzadas cabalgatas de la pareja central con un toque de estética publicitaria, sea justamente atreverse a idealizar ese romance entre varones. Reconociéndoles el derecho a que su historia sea embellecida con delectación en los contados momentos de simple y verdadera felicidad que pueden disfrutar sin sentirse censurados, amenazados, estigmatizados.
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