TALK SHOW
› Por Moira Soto
Hay que tomar por la breve calle Ferrari, a pocas cuadras de Corrientes y Angel Gallardo (estación de subte de la línea B), en Parque Centenario. Al llegar al número 252, entre casas bajas y veredas arboladas y tranquilas, está el portón del Club de Trapecistas Estrella del Centenario. Una vez traspuesto ese umbral, entrás en otra dimensión, en un mundo paralelo donde la leyenda se confunde con la realidad, y los códigos habituales de un espacio teatral se flexibilizan y amplían.
Primero, como siempre, hay que hacer cola, pero en un pasillo ancho y muy largo de paredes descascaradas que en algunas zonas dejan ver los ladrillos. Se nota que han sido limpiadas, lijadas hasta un punto tal que el efecto es de cierta irrealidad escenográfica. A la hora estipulada se abre una segunda puerta y entonces, junto con chic@s y grandes entrás en un salón más bien cuadrado que tiene los muros en igual estado, una gran claraboya en forma de cúpula de donde cuelgan cuerdas y trapecio, un escenario a la derecha y, en lo que sería la platea, colchones, almohadones, bancos petisos adelante, viejos sillones mullidos, sillas diversas, donde se va instalando la gente para asistir a una función de Mamuchka. Este espectáculo de teatro circense donde no hay animales pero en el cual sí pueden brotar bestias fabulosas de varios brazos, de varias piernas y otras maravillas, es una creación de Marina Sánchez, pionera y experta en estas lides, asimismo intérprete junto a Mariela Maffioli, Andrea Bergantito, Guadalupe Mauriño, Cecilia Zanatta, Florencia Giavedoni, Alicia Gómez y –la petite différence, una especie de fauno que no persigue a las ninfas de este gineceo en libertad sino que juega y armoniza con ellas– Gustavo Lecce.
En este ámbito destartalado pero emprolijado se apagan las luces de la sala, se enciende la luz negra y empiezan a ocurrir prodigios, luego de un número de dos acróbatas que se anudan y desanudan, andan por el aire como si fuera su elemento, apenas contando con el soporte del trapecio. A continuación, siluetas negras que se recortan contra un telón azulado comienzan a trazar arabescos, a ondular en el espacio con una música cautivante de fondo. Siluetas que se dirían escapadas de antiguas miniaturas de la India, de relieves y esculturas de templos que han cobrado vida en estas horas y fluyen con espíritu travieso, mientras desde una grabación la argentina Carolina Chrem hace cantos devocionales clásicos, de alabanza a dioses y diosas. El humor que se desprende de algunas imágenes, también relacionadas con remotas posturas de yoga, nunca es burlón sino más bien integrador.
Después de escuchar un mantra por Nina Hagen, habrá figuras con faldas largas y ondeantes y una hendidura –evidentemente femenina– en la parte alta del telón por donde surgirán –¿nacerán?– y se descolgaran algun@s artistas de la Compañía Circo Negro, formada por jóvenes alumnas de Mariana Sánchez –desde 1990 en esto de la danza ligada al clown, el circo callejero, el contact improvisación, los malabares–, mientras que el osado varón del elenco había estudiado con ella hace unos años. Ya convertido en maestro, Lecce entró encantado al grupo. “Está muy en centro, algo indispensable para trabajar con estas guerreras”, ríe Mariana. “En realidad, queremos que entren más varones, que aporten su energía masculina. Las mujeres seremos más flexibles, pero ellos tienen mayor fuerza muscular...”
Ya cerca del final del espectáculo llegará una explosión celebratoria de humor surrealista, con una novia a la que se le escapan el vestido, el tul, el ramo al son de Malagueña, y habrá más cintas serpenteantes y lluvia de lucecitas multicolores y triángulos que propondrán geometrías abstractas mientras se oyen temas de los ’60, incluido Deja que entre el sol. Al cierre, un momento de conexión con la espiritualidad, con el misterio gracias a unos altarcitos con velas encendidas, a un delicioso incienso y a Nina Hagen ahora haciendo Oh, Madre. El toque justo para salir a la calle en estado de gracia y de agradecimiento a M. S. y su compañero Pablo Zarfati que encontraron por azar este lugar insólito, donde quizás alguna vez estuvo un circo de inmigrantes judío-rusos a comienzos del siglo pasado y después funcionó una fábrica textil a partir de los ’40, que terminó de extinguirse durante el menemismo. El año pasado, la Compañía adoptó este lugar que había estado diez años abandonado, se repusieron los servicios elementales de agua y electricidad y fue arreglado lo mejor posible, más con el esfuerzo personal que con recursos monetarios. “Sabía que alguna vez iba a encontrar el lugar exacto donde colgar mis elementos”, dice M. S. “Y recibí este regalo.”
Mamuchka, en el Club Estrella del Centenario, en Ferrari 252, los sábados a las 22 y los domingos a las 20.30, a $ 10, niños, estudiantes y jubilados a $ 7.
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