TALK SHOW
› Por Moira Soto
Ancha de espaldas, estrecha de caderas, chata de culo, la sonrisa inamovible de promoción de pasta dental, Es- ther Williams –campeona de natación adolescente descubierta por un cazador de talentos vendiendo en una gran tienda– fue durante más de una década triunfal la Sirena de América, mojando las pantallas con espectaculares zambullidas y desplazamientos en enormes piscinas de aguas coloreadas, escoltada casi siempre por un coro de nereidas que podían trazar increíbles figuras de calidoscopio cuando las coreografías eran de Busby Berkeley. Hoy puede parecernos un misterio indescifrable que esa mujer pasteurizada, apenas con las propiedades del agua potable, haciendo siempre la misma (mediocre) comedia, haya llevado multitudes a los cines durante tantos años. Acaso sea más comprensible que muchas amas de casa de la mayoría silenciosa y hacendosa (devueltas a las tareas domésticas después de la guerra) hayan simpatizado y soñado sueños lisérgicos mientras limpiaban sus bañeras o se ponían la malla para nadar en la pileta. Pero lo que realmente asombra es que después de Bathing Beauty (1944), su primer suceso, Esthercita se convirtiese en la pin up favorita de los GI. Con sus 96-68-86, su sex appeal inexistente, los hombres acaso la encontraban tranquilizadoramente atractiva, una suerte de antídoto de tantas mujeres realmente fatales del cine negro.
Así fue que, lejos de la mitología griega, la Sirena de América jamás hizo naufragar ninguna embarcación y menos aun provocó la muerte de sus tripulantes. Y aunque sus atavíos llegaron a ser un afiebrado kitsch rococó, nunca usó una cabeza de pájaro como la de las primeras sirenas hijas de Aqueloos, aunque sí cantó como ellas (no con el metal de voz y la afinación de aquellas encantadoras de marineros que casi le hacen pisar el palito a Odiseo). A su modo, dentro del subgénero aqua-musical creado especialmente para ella (y que, gracias a Neptuno, no tuvo continuadoras), EW se integró al mito universal de las sirenas, categoría mermaid (las que de la cintura para arriba son chicas, y para abajo, pescados, aunque Magritte quiso pintarlas al revés en su conocido cuadro), en la que incursionaron por una vez actrices como Glynnis Johns (Miranda, 1948) o Daryl Hannah (Splash, 1984), sin olvidar la infiel pero lindísima versión del cuento de Andersen hecha por Disney. Como curiosidad, entre otras realizaciones cinematográficas –por no hablar de la literatura y artes plásticas inspiradas en estas freaks marinas–, vale citar She Creature (2001), acerca de una sirena villana con tendencias lesbianas y gusto por la carne humana (una leyenda japonesa, a su vez, asegura que la ingesta de carne de sirena procura la inmortalidad). Bathing Beauty (aquí llamada Escuela de sirenas), entonces, representó –con perdón– el trampolín al éxito de la sana, limpia y optimista EW. Ya estaban en esa producción los ingredientes que aliñarían su carrera acuática en la pantalla: una suntuosa piscina, un músico popular (Xavier Cugat), un galán sudamericano cantándole Muñequita linda... Con su glamour de bazar lleno de obvias evocaciones marinas, Esther, sin salirse de su candidez habitual, no se privó de hacer un travesti en Fiesta (1947) para ayudar a su hermano Ricardo Montalbán. Sin dejar de hacer su numerazo de piscina, la star se vestía de torero, reemplazando a Ricardo sin que nadie lo advirtiese, y salía al ruedo mexicano al ritmo de La raspa, sí, señoras. En la vida real, quizá confundiéndose con las ficciones turísticas que estelarizó, entre cuatro maridos, Williams tuvo a uno argentino, el langa Fernando Lamas, de quien se dijo que poco menos que la había secuestrado, prohibiéndole trabajar (en realidad ya había empezado la decadencia de la sirena), celándola incluso con sus tres hijos, que debieron vivir aparte con una gobernanta.
Si bien en tiempos de madurez, ya retirada y vuelta a casar luego de la muerte de Lamas, con cierta ingratitud, la estrella –que supo invertir en la industria del traje de baño y vendió su nombre a una línea de piletas– declaró que la Metro lo único que había hecho por ella era “cambiarle de coprotagonista masculino y el agua de las piletas”; lo cierto es que hubo un galán desabrido con el que Williams formó pareja perfecta en varios films, entre los cuales The Duchess of Idaho (1950), el pecoso Van Jonson. En 1952, la Sirena de América estuvo en una biopic sobre la nadadora australiana de comienzos de siglo XX, Annette Kellerman, pionera del traje de baño de una pieza (y causante de algún escándalo por ofrecerse desnuda a las cámaras en los primeros tiempos del cine, que la película se guardó de mostrar): The Million Dollar Mermaid.
Naturalmente, no faltan aquí despampanantes escenas en el agua. Más aun: para el gran finale se ensanchó la pantalla del mítico Radio City Music Hall de Nueva York. Como dijo de ella la mordaz comediante Fanny Brice, “mojada era una estrella, seca no era nada”.
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