TALK SHOW
› Por Moira Soto
La semana pasada se murió Glenn Ford, el famoso cacheteador de la rutilante Rita Hayworth (foto) en Gilda (1946), film que por obra y gracia de la publicidad (“Los hombres son juguetes en mis manos”, “Hago lo quiero, cuando quiero y con quien quiero”) fijó a la chica del vestido strapless de satén negro y los largos guantes al tono, en el rol arquetípico de la femme fatale. Pero, en verdad, su personaje era el de una mujer esclavizada entre dos tipos despreciables (un marido, terrateniente mafioso nazi, y su celoso guardaespaldas, antiguo amante de Gilda), que terminaba redimiéndose previa bofetada del macho Johnny, propinada con la autoridad moral que confiere la mayor fuerza muscular, en una escena largamente exaltada, cuando no justificada dentro de la mitología cinematográfica (ella se había buscado el castigo con su actitud desafiante: el comienzo de un strip tease donde apenas se quitaba un guante). Obviamente, el zafio Johnny es un misógino que afirma que “hay más mujeres en el mundo que cualquier otra cosa, excepto insectos” y que se permite decirle a Gilda: “La palabra decente suena rara en tus labios”. Sin duda, hubo muchas películas que de manera encubierta o manifiesta promovieron la violencia sexista, a veces erotizándola, pero la imagen de Gilda sopapeada se instaló como símbolo de la dominación masculina sobre las mujeres con veleidades de emancipación.
Esa forma irresponsable, perversa de representar el maltrato hacia las mujeres tuvo en los ‘80 exponentes locales tan sonados como la novela Amo y señor, donde Luisa Kuliok era puesta en su lugar a los bifes por el recio Arnaldo André. O la publicidad de una bebida que mostraba a una modelo en ropa interior y entre sábanas, con un ojo en compota pidiendo, insinuante: “Dame otra piña”. Vale recordar que ese aviso suscitó una fuerte polémica, protestas de entidades de prevención de violencia doméstica y asistencia a sus víctimas, y la publicación de una solicitada pidiendo que se modificara el mensaje de incitación a la violencia. “Una mujer ha sido golpeada en plena cara y pide otra trompada. Esto ocurre en avisos (...) que proponen como algo natural y admisible no sólo la existencia de personas golpeadas sino que éstas obtienen placer con la violencia física.” Así comenzaba ese texto, que fue firmado por mucha gente conocida.
Un año antes de que se difundiera esa publicidad —bajada de cartel después del escándalo— vinieron a Buenos Aires Dario Fo y Franca Rame, pareja de juglares muy mal vista por la Iglesia oficial y la grey ultramontana, a presentar en el San Martín sus obras Mistero Buffo y la sátira sobre la sujeción de las mujeres, Tutta casa, letto e chiesa. Hubo amenazas, protestas de la Corporación de Abogados Católicos, de la Liga de Madres, una granada de gas lacrimógeno en la sala (lanzada seguramente por un pro vida) y muchos gritos de “Viva Cristo Rey” frente al teatro. Pero la pareja no retrocedió ni un tranco de pollo: hicieron las funciones (incluso en la escalera cuando hubo que desalojar la sala) e invitaron a departir a los quejosos. Por cierto, Franca y Dario ya tenían mucha cancha en hacerles frente a intolerantes dogmáticos: casados desde 1954, a fines de los ‘60 dejaron el teatro tradicional para llevar sus creaciones a escuelas, fábricas, centros sociales, plazas, y en muchas oportunidades, cuando consideraron que había que concientizar al público, adoptaron un estilo francamente didáctico.
Feminista de la primera hora, Franca Rame influyó en Dario Fo —un justiciero humanista que siempre criticó la burocracia clerical— para incorporar ciertas reivindicaciones de género en algunas de las piezas que coescribieron. El 9 de marzo de 1973, ella fue secuestrada por una banda de neofascistas que la torturaron y violaron. La actriz y dramaturga llevó esa terrible experiencia a la escena con la colaboración de su marido, en el monólogo La violación. Un texto que se complementa, por su contundente exposición de la violencia machista, con La mujer sola, relato de una casada encerrada, humillada y controlada por su marido, situación de la que no puede salirse. Alejandra Marino, cineasta que está preparando el documental Mañana me voy —sobre mujeres golpeadas—, ha puesto en escena una adaptación de estos monólogos bajo el título La farolera tropezó, con el aval de Amnistía Internacional y la actuación de Sonia Boll y Graciela Malvagni.
La farolera tropezó, en Patio de Actores, Lerma 568, los domingos a las 20 a $ 10, con descuentos, 4772-9732.
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