Vie 09.08.2002
las12

TALK SHOW

Mujeres de ojos enormes

› Por Moira Soto

Las cosas han cambiado bastante, aunque no lo suficiente, desde que la española Victoria Sau escribiera en el siglo pasado que la familia era “el área de confinamiento, subordinación y explotación de la mujer”: salvo en determinadas latitudes azotadas por fundamentalismos misóginos, las mujeres, en las últimas décadas, han avanzado irreversiblemente hacia la autonomía en diversos terrenos, lo que ha incidido en la organización de nuevos grupos familiares, obviamente más democráticos. Si el origen de la familia fue la prohibición del incesto, y la institución matrimonial aseguró la distribución de las mujeres entre los hombres y el establecimiento de alianzas masculinas, la formación de la clase burguesa europea en los siglos XV y XVI no hizo más que afirmar esas bases. Es decir, mantuvo la subordinación de la mujer y consolidó la patrilinealidad de los hijos, que ya existía en el Derecho Romano, con su máxima autoridad familiar, el pater familias.
En momentos en que la fugacidad de las uniones matrimoniales, la maternidad tecnológica, la equiparación legal –en algunos países– de los homosexuales, la creciente cantidad de mujeres jefas de hogar y otras situaciones transformadoras dan lugar a nuevas células familiares que se expanden quebrando convenciones de siglos, llega una película que –con sus más y sus menos– reivindica alegremente, descaradamente, rasgos tradicionales de esa institución tan denostada como apetecida. Y no contenta con exaltar los lazos familiares en una suerte de concentrada tragicomedia de la vida, la directora india Mira Nair y su guionista Sabrina Ohaswam recurren a la reunión de parentela por excelencia: el casamiento.
El film, recién estrenado, se llama precisamente La boda, ofrece el trasfondo multicolor y globalizado de Nueva Delhi, la joven protagonista a punto de matrimoniarse tiene un amante casado, la familia de la novia y los invitados que llegan de diversos lugares del mundo parecen razonablemente aggiornados... Sin embargo, estos preparativos acelerados culminarán en una boda (feliz, después de salvar escollos) concertada por los padres de Aditi, la chica de ojos grandes, aunque no tan enormes como los de su prima Ria, que esconde un secreto relacionado con una historia incestuosa. De modo que tenemos en esta entretenida Boda, balanceándose ágilmente entre la tradición y la modernidad, a la arcaica institución del intercambio (o distribución) de mujeres, y la sombra del tabú que originó la formación de la familia.
Nair –bien respaldada por la productora Carline Baron, la directora de arte Stephanie Carroll, la flexible cámara de Declan Quinn– se las apaña para inyectarle vivacidad y simpatía a este entramado de amores (con algún toque amargo, para no empalagar). Y si bien es cierto que en su film presenta a un mal bicho repelente y a un pusilánime total, también da generoso lugar a personajes masculinos tan dulces y entrañables como Lalit, el padre de la novia, y Dubey, el organizador de la fiesta.

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