TALK SHOW
› Por Moira Soto
Las críticas de casi todos los diarios porteños (La Nación, Clarín, Ambito Financiero, La Prensa, el dominguero Perfil) que están pegadas en la entrada del Astral, se derriten en unánimes elogios hacia la pieza (o lo que quedó de ella después de la traducción y la adaptación con parches y enmiendas localistas) Mi brillante divorcio, de la inglesa Geraldine Aron, anunciada como el primer estreno teatral de 2007. En general, estos comentarios firmados por varones dicen que la autora “conoce perfectamente el alma femenina”, subrayan su “valioso sentido del humor”, y así por el estilo, salvo alguna leve objeción a situaciones previsibles y lugares comunes sobre la separación de una pareja. Muy merecidamente, los cronistas aplauden la labor pletórica de recursos y de matices de la actriz Ana Acosta, quien verdaderamente sostiene cual inquebrantable cariátide el frágil andamiaje de la obra, desdoblándose con gran flexibilidad en casi veinte personajes (de trazo bastante esquemático, ciertamente) sin cambio alguno de vestuario.
Tanto comentario aprobatorio predispone a favor, claro está, pero a poco de comenzar la representación cunde inexorablemente el desencanto: la protagonista, más tonta y retrógrada que Bridget Jones, responde al apolillado estereotipo de la casada engañada que es la última en enterarse del affaire de su marido con una chica veinteañera. Su propia hija, que ronda la edad de la amante, le tiene que explicar a mamá que los viajes de trabajo de papá eran más bien de placeres adúlteros, y que los rega-litos que le había traído al regresar, los había elegido su rival. Al mismo tiempo que le pasa estos informes con tonito de sabelotodo, la vástaga le hace saber que se va a vivir con su novio.
Traicionada y abandonada, sola con su perrito (un peluche con rueditas), la mujer, sin otro centro de interés en su vida y sin iniciativa ni para empezar un cursito de yoga o de tai chi, busca amparo en un amigo babieca algo amanerado (“te va a volver, te va a volver”, la conforta) y en una amiga cheta tri-vial (que por teléfono se la saca reiteradamente de encima con un “me fui, me fui de vos”). Su propia madre, que parece tener más de cien años por su manera de moverse y de pensar, tampoco le sirve de soporte en momentos tan cruciales. Y la señora por hora paraguaya que actúa de espía (trabaja en la casa del infiel, ya instalado con novia) no le trae noticias que levanten su menguada autoestima.
Aun considerando el tono de comedia que da lugar a viñetas caricaturescas, hay que decir que la protagonista de Mi brillante divorcio es un imán para atraer personajes calamitosos: a la madre quejumbrosa, el babieca y la cheta, hay que sumar un abogado codicioso; el ex marido –“cabeza de huevo”, así lo retrata escuetamente la ex–, incapaz de mantener un diálogo con la madre de su hija; un enano que conoce por medio de un aviso clasificado y al que pone en ridículo por su mera pequeñez física (de modo semejante se presenta a la paraguaya, en todas sus intervenciones, sacándose piojos del pelo y aplastándolos con las uñas). Al lado de estos especímenes, gana algunos puntos el médico bonachón que se banca pacientemente las enfermedades imaginarias de la divorciada a su pesar –sí, además de mantenida holgazana, es hipocondríaca– y el gineco que le receta un vibrador (lo que da pie a una visita vergonzante al sex shop).
Por cierto, para que nada falte en este enfoque reaccionario y misógino, el facultativo paternal se perfila al cierre como nuevo compañero sentimental de la divorciada, después de cuatro años de soledad al cohete, durante los cuales ni siquiera se le pasa por la cabeza conseguir un trabajo part-time, vender revistas usadas, hacer alguna acción solidaria... Pero sí tiene tiempo de mandarse algún intento de suicidio, obviamente para llamar la atención. Por suerte para ella, ahora que se quitó el estigma de sola, la van a invitar a reuniones de parejas y va a tener a alguien que la mantenga (el ex le cortó los víveres) y encima la atienda cuando se enferme, de verdad o de fantasía.
En un reportajito de Clarín de hace unas tres semanas, Ana Acosta decía que el género del unipersonal le gustaba mucho, pero que le había costado dar con un libro atractivo: “Por lo general, siempre me ofrecían temáticas que sonaban a alegato feminista, tipo la mujer que crece aplastando al hombre”. Diosa nuestra: ¡otra actriz a la que hay que explicarle que esa conducta no tiene nada que ver con el feminismo, un movimiento que no busca la supremacía de un sexo sobre otro, como el machismo! La protagonista de Mi brillante divorcio, inútil, ociosa y dependiente, va a vivir a expensas de su nuevo marido. Eso sí, sin crecer para no aplastarlo...
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