TALK SHOW
› Por Moira Soto
¿Se puede hacer reír al público a cualquier precio, aunque ese precio implique afianzar estereotipos que alimenten el prejuicio? ¿Por qué los críticos y las críticas no suelen advertir la misoginia cuando se manifiesta en piezas como Mi brillante divorcio? ¿La lucha antisexista nos corresponde únicamente a las mujeres con mínima conciencia de género o a todas aquellas personas que se sienten concernidas por la vigencia plena de los derechos humanos en general? Preguntas para plantearse después de asistir a una representación de Acassuso, obra recientemente estrenada de uno de los dramaturgos locales más prestigiosos, Rafael Spregelburd –también responsable de la puesta–, protagonizada por un grupo de extraordinarias actrices a las que se suman, en roles episódicos, dos actores.
Suerte de comedia negra de situaciones con una leve estructura argumental, escrita con minucioso cuidado respecto del lenguaje coloquial y con evidente conocimiento del ambiente que retrata y satiriza –una escuela pública carenciada de Merlo, provincia de Buenos Aires–, la pieza ofrece algunas escenas brillantes tanto por su eficaz comicidad como por la agudeza de su trasfondo crítico, particularmente en lo que remite a estado actual de la enseñanza primaria en zonas muy pobres (con chicos desnutridos, alto índice de abandono en los primeros grados, sin elementos básicos para estudiar o jugar). Desafortunadamente, el perfil y el comportamiento de los nueve personajes femeninos que están en esa precaria sala de la escuela (directora, vice, maestras, una vendedora de ropa allí instalada) responden a estereotipos acentuados y reduccionistas acuñados por la misoginia, una suma de rasgos negativos, deplorables que el autor se aplica diligentemente a ridiculizar, siendo sus ocurrencias muy celebradas por la platea. Lo concreto es que estas maestras son brutas, estúpidas, volubles, desleales, histéricas. Pero no sólo las docentes y la vendedora son objeto de escarnio: también el personaje de la madre indigente (con seis chicos en la escuela) que, es evidente, vive en condiciones atroces de necesidad y promiscuidad, es usado para provocar risas despiadadas en la platea.
Entre el miedo y el menosprecio, la misoginia tiende a inferiorizar a la mujer en distintos niveles –biológico, intelectual, moral– y está tan incorporada a la vida cotidiana, tan naturalizada por ciertos programas de TV, que no es de sorprender que mucha gente que se cree de lo más humanista, no la note. Más aún, que se ría con ganas de los chistes sexistas, cosa que no harían –quizá– con burlas de contenido antisemita u homofóbico, por ejemplo. Entre esa gente, desde luego, hay muchas mujeres que aceptan ese maltrato porque no lo reconocen como tal. Entre una humorada y otra, algunos de los personajes femeninos de Acassuso confiesan su sentimiento de inferioridad respecto de los varones (“nos falta ese ingrediente mágico, la camaradería masculina”, “un hombre no se babea por una blusa, nosotras tenemos un problema hormonal”, “¿somos o no somos hombres? El mundo es de los valientes”, “si cae una, caemos todas, como una banda”). Varones como los que asaltaron el Banco Río, aventureros de pelo en pecho que las maestras, Delia a la cabeza, idealizan e intentan imitar dando un modesto y absurdo golpe al comprar un futbolista en problemas de la zona para entrenarlo y vendérselo a Boca. Pero el tipo se da vuelta y las amenaza, revólver en mano, para que entreguen dinero y cosas de valor. Ahí es cuando Delia, la directora ansiosa se “sacrifica”: “¿Vos me querés violar?, ¿querés sexo?”. Más risas en la sala, porque en realidad Delia está expresando sus deseos, y por extensión la idea machista de que todas las mujeres quieren ser violadas.
Cuando la obra arranca con la vieja maestra, que no se pudo jubilar todavía porque no le reconocen la antigüedad, renegando de mitos sobre la vocación docente y la escuela como segundo hogar, Acassuso parece entrar en un registro irreverente y cuestionador que después se diluye bastante, sobre todo porque más adelante, esta Marta (hay varias Martas y Susanas en la pieza) produce gags verbales basado casi exclusivamente en su pérdida de memoria. Ese recurso fácil de causarle gracia al público con una discapacidad también aflora en el caso de Martita, la tartamuda, fonoaudióloga para más inri.
Acassuso, viernes y sábados a la 20.30 en el Margarita Xirgu, Chacabuco 875, a $ 25, 4307-0066.
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