TALK SHOW
Lágrimas y detergentes
› Por Moira Soto
Hay dos tipos –uno en una película, otro sobre la escena– haciendo cosas que –¡todavía!– no está del todo aceptado que hagan los varones en la vida cotidiana (también conocida como real): el primero es Robert, personaje del film canadiense Los cinco sentidos (a estrenarse el próximo 26), que trabaja como limpiador de casas o, como diríamos nosotras, señor por hora; el segundo es un joven y distinguido dramaturgo, director y actor aborigen, además estupendo cantante (como bien lo saben quienes lo escucharon en Kurt Weill, Postales de sombra), que acaba de estrenar De lágrimas, un recital de canciones de distintos géneros y épocas, ligadas a esas emociones del sufrir del corazón, que hacen brotar de las correspondientes glándulas ese líquido transparente, tibiecito, salado, que libera tensiones y opresiones. De modo entonces que Robert -irónicamente interpretado por Daniel McIvor– y Alejandro Tantanian, el cantante que entona, dramatiza, satiriza una serie de temas musicales, se meten con acciones culturalmente asignadas a las mujeres (y por lo tanto minimizadas, desvalorizadas, cuando no denigradas): realizar tareas domésticas y llorar.
Es verdad que el Robert de Los cinco sentidos, un film en el que el housecleaner representa el olfato y no sólo huele lavandinas y detergentes sino también los perfumes que diseña la dueña de casa, se ocupa de dejar impecables viviendas ajenas por una paga –estamos en Canadá– correcta. Pero también es cierto que el laburo de las mucamas, muchachas, chicas, empleadas o señoras por hora, está bien lejos de ser prestigioso, obviamente porque se trata de una extensión de las tareas que, aun trabajando afuera, realiza el ama de casa. Tareas que por el momento parecen el bastión más inexpugnable del machismo ancestral, y que como decía sabiamente Griselda Gambaro (Clarín, 3-3-82) respondiendo a un torpe artículo de García Márquez sobre el tema, “lo empobrecedor y estéril es el condicionamiento que nos las adjudica enteramente”. Unos cuantos años después, la francesa Sylviane Agacinsky volvió sobre esta problemática no resuelta en Política de sexos (Taururs), reclamando que los hombres se pusieran a trabajar como mujeres, repartiéndose equitativamente con ellas la limpieza, cocina y crianza de niños: no es lo “interior” de estas actividades lo que cuestiona la autora sino su lugar en el orden económico y simbólico.
Lo bueno del personaje masculino del citado film –recomendable por su tratamiento de, precisamente, los cinco sentidos encarnados en sendos personajes– es que no parece sentirse inferiorizado por las labores que realiza: el tipo pone música, enciende la aspiradora y se lanza con entusiasmo a limpiar, no sin dejar de espiar algún cajón de la mesa de luz (ya sabemos que el personal doméstico, además de borrar las huellas que van dejando los habitantes de la casa, conoce mejor que nadie sus manías e intimidades). Viéndolo en acción hasta se diría –considerando que los hombres tienen mayor fuerza muscular– que ellos están naturalmente más dotados que ellas para las arduas y desgastantes labores del hogar.
En De lágrimas, con la complicidad de excelentes músicos, Alejandro Tantanian, el polifacético, reconstruye penas y nostalgias, humillaciones y fracasos, desde el cantar más apasionado al más herido, aunque de aratos llora con un ojo y ríe (o hace un guiño) con el otro. Se ve que no cumplió lo que seguramente le indicaban de chiquito (“los hombres no lloran”) y con lágrimas en la voz va de “In Darkness Let me Dwell”, de Son Dowland, a una interpretación descojonante (al cierre) de “No llores por mí, Argentina”, dejando por el camino temas como “Lágrimas negras”, “Snif, Snifs”, “For No One” (Paul McCartney), y rompiéndote el corazón con dos tangazos: “Whisky” (“yo sé que llorás por ella, estás enfermo de amor...”) y sobre todo con el desgarramiento desolado de “La última curda”.
(De lágrimas va en El Club del vino, Cabrera 4737, los domingos de septiembre y octubre a las 20.30, a $ 8)