Vie 21.03.2003
las12

TALK SHOW

de las aves que vuelan

› Por Moira Soto

Cada tantos años, Sara Driver (NY, 1956) filma una película y después esta ex estudiante de Arqueología y Literatura clásica vuelve a sus buenos oficios como productora (cubrió ese rol, por ejemplo, en varios films de Jim Jarmusch, quien a su vez le hizo la cámara a Sleepwalk). Bueno, el caso es que, acaso porque marzo es considerado algo así como el Mes de la Mujer, tendrán ustedes la oportunidad de ver la tercera creación cinematográfica de Driver, al igual que las anteriores no estrenada localmente en las salas, ni siquiera editada en video. La proyección de Cuando los cerdos vuelan (1993, coproducción holando-alemana-norteamericana, que transcurre en Irlanda) ocurrirá el próximo lunes 31, a las 22, por la señal de cable Europa Europa, dentro del ciclo “Cine hecho por mujeres” que ya incluyó Fiebre (1981) de Agniezka Holland y Maniáticos sentimentales (1994), estimable realización de la italiana Simona Izzo; en tanto que Nido de esposas (2000) de Karola Haltop se podrá ver este lunes 24, también a las 22, película acerca de una chica cuya primera novela se convierte sorpresivamente en best-seller y transforma a la escritora -cuya vida privada ya venía enredada– en un personaje mediático. Por otra parte, vale dejar anotado que en el Ciclo de Cine Australiano, que se ofreció el fin de semana pasado en el Village Recoleta, se vieron varias películas de realizadoras de ese origen, entre las cuales la impactante Radiance de Rachel Perkins, protagonizada por un trío de actrices memorable (Rachel Maza, Deborah Mailman y Trisha Morton Thomas como hermanas que se reúnen luego de años de no verse, a la muerte de la excéntrica madre, circunstancia que depara choques y acercamientos, más el destape de secretos dolorosamente guardados).
De vuelta con Sara Driver y sus metafóricos cerdos voladores, digamos que en Cuando los cerdos... –que mereció el aprecio de un crítico norteamericano que no suele regalar nada, como Jonathan Rosenbaum, del Chicago Reader–, además de la presencia conmovedora de Alfred Molina como el inocente músico proclive a la melancolía y de una niñita escalofriante (Rachel Bella), hace su rentrée cinematográfica esa leyenda que camina y canta (y bebe, pero ya lejos de la heroína) llamada Marianne Faithfull (foto, en pose promocional). Sí, señoras (y señores) la estelar intérprete de As Tears Goes By en los en los ‘60, la Muchacha de la motocicleta (1968, con Alain Delon), la artista que recuperó plenamente el tiempo dedicado a intoxicarse y desintoxicarse resurgiendo en los ‘90 con su voz arenosa y yendo del rock al jazz y de ahí a los Pecados capitales (ahora entonados, antes cometidos) de Weill-Brecht, la misma que viste (un atemporal abrigo verde musgo) y calza (raros zapatos), actúa y se manda una canción (Danny Boy) en Cuando los cerdos vuelan.
Faithfull –que al año pasado editó Kissin Time junto a jóvenes músicos como Jarvis Crocker, Dave Stewart, Beck, Billy Corgan– interpreta en Cuando... a un espectro del pasado, a una mujer golpeada y asesinada por su marido, que regresa con ánimo justiciero, en compañía de una niña también fantasmal, que murió mucho antes y desde su condición de alma en pena tuvo ocasión de presenciar el crimen, instalada en una mecedora. Ese mueble, en el que muere Faithfull, es regalado por una gentil camarera entretenedora al músico bajoneado, y entonces las fantasmitas se hacen very oír (tienen ese poder). El tipo se lo toma con bastante naturalidad, lo mismo que su perro y –cuando le llegue el turno– la linda camarera los ayudará, sin que la sangre llegue al río –es un pueblito portuario–, a que el violento Frank pague por sus tropelías. En un registro que roza la comedia, con imágenes que extraen belleza del paisaje urbano herrumbrado y de interiores abigarrados, con efectos especiales modestamente artesanales, Sara Driver se dio el gusto de incursionar una vez más y de manera personal en una variante del género fantástico que incorpora, como si tal cosa, lo insólito, lo prodigioso, lo extraordinario a la mediocre cotidianidad, devolviendo ilusiones, haciendo posible que se cumplan.

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