En los años 90, la Federación de Centros de Planificación Familiar de Bélgica decidió incorporar en su nombre la palabra laica. La creciente presencia de inmigrantes de otros credos, como las musulmanas, las llevó a plantear la necesidad de un respeto irrestricto a la religión de las mujeres. “Defendemos una sociedad civil laica, un sistema político laico, donde una mujer musulmana o protestante o de cualquier secta pueda venir a nuestros centros de planificación y sentirse respetada”, afirmó Pascale Maquestiau, responsable de las Relaciones Internacionales de la Federación belga. Esta definición implicó sus desafíos. “Significa que los profesionales tenemos que trabajar todo el tiempo para tener una postura laica. Es decir que pongo mis convicciones en el cajón cuando recibo a una musulmana. Ella tiene nueve hijos, quiere uno más, es su problema. Lo que sí yo tengo que acompañarla para que tome conciencia de sus derechos, pero respetando su religión”, consideró. Para Pascale, a los profesionales les implica una gimnasia permanente. “Es el respeto de la vida privada de la gente y mi deber es acompañar su proyecto de vida, no imponer. Muchas veces se piensa que laico es ‘yo impongo mi agnosticismo’. Va a estar en nuestra pelea política diciendo hay que respetar a cada persona, pero la religión es cosa privada”, consideró. Claro que esa definición –y Pascale lo sabe– es un arma de doble filo. En nombre de lo privado se tolera la violencia doméstica, y el Estado se corrió de las políticas de salud reproductiva. “Esas temáticas que ellos pusieron en lo privado, nosotras decimos que es público. Sacamos algo de lo privado a lo público y queremos poner la religión en el privado”, diferenció.