Cinco mujeres –Miriam Lewin, Munú Actis, Elisa Tokar, Liliana Gardella y Cristina Aldini– que durante la última dictadura compartieron su cautiverio en la ESMA, se reencontraron años después, con el objetivo de recordar, registrar, reconstruir lo ocurrido. Determinación de avanzar por encima de la molestia que causa enterarse en detalle de lo que pasó en aquellos campos de concentración argentinos, rodeados de casas de familia, donde la farsa de la colaboración y las nuevas redes de afecto contribuyeron a mantener la oscuridad. Las unía, como un lazo de parentesco, el haber vivido la misma situación inconfesable. El haber callado ante las mismas situaciones: la ambigua convivencia con sus captores, la simulación de estar por momentos aceptando sus reglas, sus atenciones, mostrándose interesadas ante confidencias e invitaciones. Una confusa sucesión de equívocos y manotazos de ahogado que después de todo reaparece para responder a la pregunta de cómo lograron sobrevivir. Esos diálogos que se repitieron a lo largo de dos años tomaron la forma de un libro que se llamó Ese infierno, (Sudamericana, 2001). Claro que la conversación no tiene la impronta del presente ni de la soledad que sufre el diario íntimo. Pero aun así, si hay algo que enlaza estos textos, es la condición femenina en el ejercicio de sobrevivir en un mundo orquestado con una lógica de hombres. Había actitudes, recalcan ellas, que los varones no habían padecido nunca y en parte por esto mismo no había muchas posibilidades de comentarlas con ellos ni antes ni ahora: el acoso sexual, la desnudez humillante, las revisaciones, los malos entendidos. Nada de lo narrado en estas confesiones en las que las voces de unas van completando las de las otras es materia para el heroísmo. Al contrario, es ratificación de rumores, de recursos que apuntaban ya no a las convicciones políticas que no habían perdido sino a un modo de seguir en el mundo. “Nos acomodábamos a los roles que creíamos más compatibles con nuestra supervivencia, con más o menos conciencia cumplíamos su deseo que casi siempre tenía que ver con mostrarse mujeres sumisas, apegadas a la familia y respetuosas de los ideales cristianos.” Esta posibilidad de retomar las escenas de la derrota y construir con ellas un relato es un plus que paradójicamente las mujeres poseen. Porque no están marcadas por el deber de ser superiores, no llorar jamás, más fuertes que ninguno.
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