El 7 de septiembre de 2004, Libération, diario del progresismo francés, publicaba un curioso artículo escrito por una jurista que minimizaba las consecuencias de una violación y su “excesiva” criminalización. Ese mismo día moría Samira Bellil, una chica argelina que en el 2002 publicó un polémico libro donde denunciaba las violaciones colectivas a las que había sido sometida durante su triste adolescencia en una cité de París. Según los criminólogos, las violaciones cometidas por un grupo de amigos sobre una chica de su entorno son un fenómeno aparentemente nacido en Francia, aunque en la última década se han registrado casos en Dinamarca, Estados Unidos y Australia. Por otra parte, el sociólogo Laurent Mucchielli afirma que este delito no es específico de inmigrantes de bajos ingresos. Y cita casos recientes de violaciones grupales en universidades privadas de Estados Unidos y el de una francesa de 15 años que en el 2004 fue violada por diez colegas de su novio bombero, con el consentimiento de éste. La víctima se suicidó unas semanas más tarde y el caso conmocionó a la opinión pública. Al igual que en Estados Unidos luego de los atentados del 2001, en Francia los bomberos son considerados héroes nacionales.
Según el jefe de la policía departamental de Saint Denis, una “zona caliente” en la jerga policial, allí se denuncia un promedio de tres violaciones grupales por año. Por supuesto, esta cifra no contempla los casos no denunciados. “Las pocas que se animan a hacerlo son enseguida acosadas por los amigos de los violadores, que están al tanto de lo ocurrido y las intimidan tanto que sus familias terminan mudándose de barrio”, indica la abogada Margaux Steyer, que ha representado a varias víctimas. Según los expertos, en general, se trata de chicas psicológicamente frágiles, sin una familia que las defienda y contenga. Y eso las convierte en el blanco perfecto de sus agresores, que en la mayoría de los casos las conocen desde hace tiempo.
Samira también sufrió represalias cuando denunció al jefe de la banda que la había violado y, para colmo, su abogada de oficio no le avisó la fecha en que tenía que testificar contra éste. “Evidentemente hay una Justicia diferente para los pobres”, denunciaba Samira en su libro, que rápidamente se convirtió best-seller. Integraba Ni Putas Ni Sumisas desde su fundación y su valiente discurso en la Marcha del Día de la Mujer del 2003 puso la piel de gallina a las 3000 personas que se habían congregado en la plaza parisina de la République. Había empezado un tratamiento psicológico y a dar clases en escuelas de zonas marginales. Parecía que su vida, por fin, tendría un final feliz, cuando un cáncer fulminante la sorprendió a los 31 años.
M. B. R.
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