› Por Fernando Noy
Marcia Schvartz siempre representó esa rara y privilegiada estirpe de artistas donde la creatividad se extiende a cada instante de su propia vida.
Iracunda, al mismo tiempo dulce como miel, libérrima e indomable aunque siempre atenta a cada gesto revelador del otro.
Una vez me contrató para posar en sus antológicas clases dentro del Rojas y para que no distrajera hablando a sus alumnos me pidió que escribiera poemas sobre el atril en mi cuaderno.
Antes había realizado un retrato inmenso con mi figura y colocó una estrilicia como bastón de mando.
Sólo ella pudo captar esas zonas secretas que uno sólo sabe de sí mismo.
Otra anécdota me la recuerda con esa especie de furia divertida que exhalaba a cada paso de las muchas cuadras que desfilamos con nuestra murga, donde por supuesto estaban Batato, Klaudia con K y tantas otras.
Como el ómnibus era exclusivamente para travestis, para zafar le dije al jefe de la comparsa que ella era operada.
Otra travesti al oír comentó: Sí, pero el chongo se le nota.
La ya considerada cumbre dentro de nuestra plástica contemporánea actual es verdad siempre tuvo, como otras gentes, esa capacidad plural de imágenes que rozan el sueño, la vigilia, la madre y la androginia sobre todo.
Hasta su propia obra en la que cada cuadro alerta sobre su fuerza incomparable. Como la rosa de Gertrude Stein o el duende de García Lorca. Por artistas como ella sigue en pie Buenos Aires.
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