La niña junta sus labios soplando una flor y soñando que su suspiro se convierta en amor. “¿Cuándo llegará mi príncipe?”, se pregunta. Cuando el novio llega, ella se siente contenida entre sus brazos y pide: “No me dejes nunca”. Con el tiempo, ella se empieza a dejar, como alejándose de su propio cuerpo y su novio, en una discusión por la calle la descalifica “Sólo dices tonterías”. Después, él usa ese menosprecio para manipularla: es él quien le controla el dinero, por ejemplo, sacando sus fondos del cajero con la tarjeta de débito de ella. Y cuando la modelo que simula a Pamela quiere estar en su casa leyendo un libro, él la increpa: “¿No tienes nada mejor que hacer?” y le arranca el libro –enemigo de su propia mirada– de las manos. “Esto a ti no te hace falta”, la reta y la deja desnuda de sus propios deseos. Pamela no tuvo hijos ni se quedó embarazada, pero sí advierte en su exposición que en muchos casos niños y niñas son testigos y víctimas de la violencia contra las mujeres. El ciclo no es un camino sin retorno. Ella también muestra la salida. La recuperación ya arrancó y vuelve el ocio. La foto “el tiempo para mí” describe una rueda de amiga donde ruedan las sonrisas, la solidaridad y las redes. Y a ella –la Pamela, las muchas Pamelas– tocando la guitarra y pintando, pero, por sobre todo, riendo.
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