Me escupió la cara. Después me dio una patada. Yo no aguanté y le di un sopapo. El me volvió a dar un puñete. Yo le arañé la cara. Y él pegándome, pegándome... Me puso su rodilla aquí sobre mi vientre. Me apretó mi cuello y estaba por ahorcarme. Parecía que quería hacer reventar mi vientre. Más y más me apretaba... Entonces, con mis dos manos, con toda mi fuerza le bajé sus manos. Y no me acuerdo cómo, pero del puño lo había agarrado y lo había estado mordiendo, mordiendo... Tuve un asco terrible al sentir en mi boca su sangre... Entonces, con toda mi rabia, tchá, en toda su cara le escupí su sangre. Un alarido terrible empezó. Me agarraba a patadas, gritaba... Llamó a los soldados y me hizo agarrar por unos cuatro.
Cuando me desperté como de un sueño, había estado tragándome un pedazo de mi diente. Lo sentí aquí en la garganta. Entonces noté que el tipo me había roto seis dientes. La sangre estaba chorreándome y ni los ojos ni la nariz podía yo abrir...
Y como si la fatalidad del destino hiciera, comenzó el trabajo de parto. Empecé a sentir dolores, dolores y dolores y a ratos ya me vencía la criatura para nacer... Ya no pude aguantar. Y me fui a hincar en una esquina. Me apoyé y me cubrí la cara, porque no podía hacer ni un poquito de fuerza. La cara me dolía como para reventarme. Y en uno de esos momentos, me venció. Noté que la cabeza de la huahua ya estaba saliendo... y allí mismo me desvanecí.
No sé después de cuánto tiempo: ¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy? Estaba toda mojada. Tanto la sangre como el líquido que una bota durante el parto, me habían mojado toda. Entonces hice un esfuerzo y resulta que encontré el cordón de la huahua. Y a través del cordón, estirando el cordón, encontré a mi huahuita, totalmente fría, helada, allí sobre el piso.
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