El caso de Adriana Cruz es uno de los temas más destacados en los medios desde que sucedió, el 20 de marzo. Sin duda, es una noticia impactante el que una mujer mate a su propio hijo en el jacuzzi de su casa para vengarse de su marido, según sus propios dichos. Sin embargo, el énfasis que recae sobre esta noticia está puesto en lo perturbador que resulta socialmente tener que admitir que una mujer-madre puede cometer este acto. Queda así de manifiesto que el amor hacia los hijos es una cuestión cultural y no un mandato natural. Esta revelación es muy difícil de aceptar socialmente porque en nuestras creencias la madre es todo.
En América latina, el amor de madre es incuestionable, no así el del padre. La madre carga a su “cría”, la alimenta y da la vida por ella, aunque el padre sea un gran ausente. Nuestras acciones cotidianas se basan en la seguridad de que alguien vela por nosotros, y ese alguien, en general, es nuestra madre. Cuando esto se rompe, se quiebra, se vive como un despojo, como algo que desbarata esa estabilidad que nos da el sabernos queridos. No hace falta que esto nos suceda, basta con que veamos que alguien quebrantó esa ley en la que nos basamos.
Nuestros supuestos sobre qué es ser madre son de una gran exigencia: la madre debe estar con sus hijos a cualquier costo, debe ser buena, ocuparse de las necesidades básicas y de la crianza de sus hijos, debe hacer las cosas de la casa, no abandonar nunca a los hijos, ser cariñosa y afectuosa, no debe pegar y debe estar en la casa con el padre a cualquier precio. A veces estas expectativas no aparecen de forma expresa, pero subyacen a nuestras quejas y a nuestras expresiones.
Por otra parte, esperamos mucho menos de nuestro padre: que sea el proveedor de la casa, esto implica que tenga un trabajo, pero no necesariamente tiene que estar presente cada vez que lo necesitamos, ni tiene que ser muy afectuoso, pero, por sobre todo, al padre se le perdona todo con tal de que mantenga cierta presencia en el hogar. Y en estas creencias parecería no haber diferencias importantes entre las diferentes clases sociales.
Las mujeres contamos con una buena prensa en lo que respecta a nuestra agresividad; de hecho estamos menos expuestas a cometer delitos porque nuestras vidas han girado alrededor de nuestro propio ámbito privado, más que fuera de nuestros hogares. Pero en la medida en que cambia nuestro rol social, también se hace más visible la guerrera, buena y mala, que habita en nosotras. Es difícil para los hombres abandonar el canon de la mujer suave y dulce que lo espera en su casa con la comida servida, ayudando a sus hijos con la tarea, porque en ellos, aún, el vínculo con su mujer–madre los remite continuamente a esa figura femenina que fue su amparo durante la infancia y que siempre estará allí como su referente.
Los medios tienden a expresarse respetando las creencias que habitan en el imaginario social. Un periodista de Telefe arrancó el testimonio de Cruz en el que se hacía cargo de haber asesinado a su hijo para vengarse de su marido, convirtiéndose en un “importante logro” desde el punto de vista periodístico, como muchos sostuvieron, pero poco valioso y entorpecedor desde el punto de vista judicial. Los videographs que se mostraban decían “La mujer no mostró arrepentimiento”, o bien el periodista señalaba: “Un testimonio escalofriante”. Dos periodistas en C5N, repitiendo la nota de Telefe, comentaron: “No es la frase sino el tono de su expresión”. “Sí, ni siquiera con un tono de voz en su forma de expresarse, de dolor de arrepentimiento por haber matado a la criatura de 6 años: estaba más interesada en la venganza a su ex marido que en la vida de su propio hijo.” Se supone que esta interpretación surge del tono monocorde y la tranquilidad con que Cruz contestó al periodista. El tono y la tranquilidad con que refiere la muerte de su hijo pueden ser indicios de una patología psiquiátrica. Por lo que comienza a gestarse aquí la preocupación de que Cruz pueda ser juzgada inimputable.
De allí que los mismos periodistas declaren: “Siempre mantuvo el tono monocorde, no declaró, pero siempre comprendió lo que le explicaron”. Obsérvese cómo se subraya el hecho de que “siempre” comprendió. Y sigue: “Semejante asesinato”, “La frialdad es lo que ha sorprendido”, “No es vinculante”, “Van a fijar si es imputable o inimputable”, “No es automáticamente inimputable. La inimputabilidad es una decisión judicial. El juez va a decir si es imputable o no”, “En base a lo que digan las pericias psiquiátricas, pero él puede decir otra cosa distinta, es decir el informe médico no lo obliga a tomar una decisión en ese sentido al juez”.
Un dato más importante aún es que no todas las patologías hacen inimputables a quienes cometen un delito, lo curioso es el énfasis que aquí se hace, aun antes de las pericias, en que, incluso con ellas, se la haga imputable. Prácticamente se le aclara al juez esta potestad que lo asiste y se le señala como advertencia.
El videograph del programa de TN Otro tema rezaba: “Mamá asesina”, todo un juicio en sí mismo. En una entrevista realizada al fiscal, Leandro Heredia, este contó cómo lo afectó la escena del crimen. Llama la atención su narración, en la que deja ver sus impresiones, cuando, en general, los fiscales deben mantener su objetividad y evitar este tipo de opiniones públicas antes del juicio. Es probable que note un consenso social que le permita no solo expresarse, sino asegurarle a la comunidad que este crimen no quedará impune, que el castigo será ejemplar: “Es la primera vez que yo tengo que enfrentarme a un cuadro espeluznante, escalofriante, tuve que acercarme a la tina de baño con el niño sumergido, eh rompí en llanto como digo, no me avergüenza, el llanto no es de los débiles sino de las personas y me considero uno más, me quebré, tuve que retirarme del lugar, pude rehacerme, volví en mí y seguimos con la tarea pericial.”
De este modo, el propio fiscal admite considerarse uno más a la hora de hacer la pericia del lugar. Lo señala porque sabe, precisamente, que él no es uno más en el tratamiento de este caso. Pero lo supera el contexto, el social y el que observa en esa escena privada en el que el hecho ocurrió. No es difícil imaginar lo que puede pensar alguien en ese lugar, no es difícil colocarse en el lugar de ese padre y de su hijo. Lo inquieta ver una escena cotidiana, tal como podría suceder en su casa y que todo ese marco familiar se vea roto y que salga a la luz un sentimiento escondido, presentido, pero no revelado en su totalidad, que termina en tragedia. Los videographs remarcan sus dichos: “Rompí en llanto cuando vi al chico en la bañera”. En otra parte de sus afirmaciones dice: “Lo que vi me hacía acordar a El exorcista, un cuadro dantesco.” Y es que la escena de un suceso tan terrible nos exorciza cualquier pecado que hayamos cometido, sea cual sea, es probable que ninguno de ellos sea comparable con este en el imaginario social. El exorcismo se lleva los malos espíritus, nos quita lo malo, lo horroroso. Un acto mágico que nos libera de nuestras miserias sociales.
Por otro lado, otro caso de filicidio se dio el domingo cuando una mujer de 38 años mató a su hijo de 7 meses, golpeándole la cabeza y colocándole una media en la boca. Este otro hecho aparece como una réplica brutal del caso Cruz. Podríamos preguntarnos si se trata de un efecto espejo o imitación, semejante a lo que sucedió después de la muerte de Wanda Taddei, o bien, si es que los medios prestan más atención a partir de casos que funcionan como disparadores. La pregunta, tal vez, podría ser si este último hecho tendrá la repercusión que tuvo el de Cruz. O si habiendo varios sucesos, lamentablemente, en los que madres jóvenes atentan contra la vida de sus hijos, estos no salen en los diarios porque pertenecen al ámbito íntimo y privado de clases empobrecidas.
En un contexto social y mediático donde la inseguridad está presente día a día, donde los delitos quedan impunes, este crimen en particular se torna un crimen social que no puede quedar sin saldar, esta madre particular se vuelve la madre posible de todos, la Medea a la que los medios han aludido muchas veces en esta semana, la que devela la verdadera naturaleza humana, dejándonos solos y abandonados.
por María Laura Pardo
Profesora de Análisis de los lenguajes de los medios de comunicación en la UBA y directora del departamento de Lingüística del Ciafic-Conicet.
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