Lun 13.06.2016
libero

FúTBOL › A PROPóSITO DEL ASCENSO DE EXCURSIONISTAS A LA PRIMERA B METROPOLITANA

Primero hay que saber sufrir

› Por Fernando D´addario

El Hueso René Houseman se funde en un abrazo interminable con su hijo Diego. Acaba de terminar el partido que consagró campeón a Excursionistas por primera vez en su historia. Diego lleva una bolsa con camisetas de “Excursio campeón”, para repartir entre los jugadores en el campo de juego. Como es obvio, habían sido preparadas de antemano, en un arrebato de rebeldía “antimufa” dispuesta a desafiar el protocolo de que “no hay que festejar antes de tiempo”. Es que ese puñado de quijotes –dirigentes, cuerpo técnico, jugadores, hinchas– estaban convencidos de que esta vez se iba a dar, confiaban en esa suerte de realineamiento cósmico que en las últimas semanas venía torciendo el determinismo histórico de “club perdedor”.

Debe decirse que durante años, los temores crónicos, las cábalas infructuosas y el halo de romanticismo maldito que acompañaba a Excursionistas estaban avalados por números: desde que descendió a la C en 1972 hasta ayer sólo había podido ascender a la B en 1994. Pero las teorías conspirativas acuñadas en el Bajo Belgrano argumentaban que aquella alegría solo había sido un señuelo para atraer la desgracia mayor: el descenso, un año después, a manos de Defensores de Belgrano, el eterno rival que de un plumazo neutralizaba –hasta que se vuelvan a encontrar, dentro de unos meses– la superioridad histórica de Excursionistas en términos estadísticos y de cantidad de hinchas. En todos estos años hubo finales perdidas (1983, 1989), desempates por el ascenso que se escapaban en el último minuto del alargue (2010), descuentos de puntos del Tribunal de Disciplina que destruían campañas formidables (2001), cambios súbitos en la reglamentación de los torneos que siempre parecían hechos –en sintonía con cierta manía autoflagelatoria– para perjudicar puntualmente al club.

Este año, en cambio, con un presupuesto bajo (260 mil pesos mensuales, casi la mitad del dinero que manejan los otros candidatos al ascenso), una comisión directiva diezmada (los que quedaron, auténticos héroes de este lío: Pancy Sayegh, Javier Fígoli, Mati Antelo, entre otros, más el aporte fantasmal, desde Córdoba, del legendario Gabriel Chepenekas) y un plantel sin “figuras”, de pronto empezaron a aparecer señales desconocidas para el sufrido universo verde: resultados que se daban vuelta a favor en los últimos minutos, partidos ganados en canchas históricamente inexpugnables, árbitros que anulaban goles del rival en tiempo de descuento, remontadas heroicas con tres jugadores menos...¿qué estaba pasando? No parecía Excursionistas.

Pero más allá de las especulaciones esotéricas, había un gran director técnico, Guillermo “el Búfalo” Szeszurak; un tipo que ascendió con Excursio como jugador en 1994 y que, en los últimos años, construyó como técnico una carrera exitosa, con dos ascensos en Riestra y uno en Argentino de Quilmes. Su impronta ganadora, su verborragia motivacional (a los dirigentes, escépticos por naturaleza, les había dicho en aquel enero pobre, sin pretemporada: “vamos a pelearla de atrás, llegamos primeros solos y festejamos en el Bajo”) terminó convenciendo a los jugadores y a los hinchas. Tuvo como aliados, adentro de la cancha, a veintipico de leones y a un crack: Leonardo “Cachete” Ruiz, el “Messi de Excursio”, como lo definió un comentarista radial. Cachete ya pasó los 30 años, tiene un par de kilos de más y un coeficiente futbolístico intelectual que supera largamente la media del ascenso. Cuando jugaba de visitante aguantaba la pelota, se hacía pegar, fabricaba tiros libres que él mismo clavaba en el ángulo, cambiando las burlas iniciales de los hinchas locales por gestos de resentimiento admirativo. De local, en pocos partidos se metió a los hinchas en el bolsillo, inscribiéndose en un pergamino imaginario que integran el Pata Dotto, Omar Higinio García, Carlos López, Jorge Sanabria, Fonseca Gomes, el Beto Horvath, Mazariche, el Polaco Della Marchesina y el Mago Orsi, entre otros. Cachete fue el goleador del campeonato. El sábado, contra Sacachispas, estuvo en el banco por culpa de un desgarro. En el segundo tiempo entró, y roto como estaba clarificó el juego e inventó el corner que terminó en el gol del campeonato. El autor de ese gol fue Montenegro, defensor que llegaba libre de un equipo que nadie había escuchado nombrar: Deportivo Rojo de Río Negro. Tiene un sueldo de 8 mil pesos y a principios de año los dirigentes le prestaron 4 mil para que pudiera pagar el alquiler de su casa. Se los fueron descontando de a mil pesos por mes. En Excursionistas, extraño caso de club pobre en un barrio rico, las cosas funcionan así.

En el último minuto de este último partido, la fatalidad estuvo a punto de urdir su obra maestra. Hay un jugador llamado Alejandro Ayala, que hace más de 15 años llegó desde Sacachispas como goleador pero, como solía suceder, en Excursionistas no le metió un gol a nadie. Se fue del club y cada vez que llegaba al Bajo Belgrano jugando para otro equipo, los hinchas del verde lo puteaban en todos los idiomas. Pero casi siempre silenciaba los insultos con goles, con lo cual se ganaba más puteadas. El sábado pasado, con más de 40 años y una panza de embarazada de seis meses, entró para Sacachispas promediando el segundo tiempo. “Lo único que falta es que este turro nos cague el campeonato”, se escuchó decir en la tribuna. Estaba cantado. Minuto 90, centro bombeado, cabezazo perfecto de Ayala y adentro. Parecía que la Historia había empujado la pelota hacia la red. Pero no. El silencio de cementerio que se adueñó de la cancha fue interrumpido por el banderín en alto del juez de línea, Diego Romero, que anuló el gol por offside y se aseguró un lugar, para siempre, en las oraciones de los preferentemente agnósticos hinchas de Excursionistas. Una escena digna de un cuento de Fontanarrosa.

El pitazo final del árbitro terminó de consumar el milagro. Las lágrimas del Hueso Houseman, máximo ídolo del club, resumieron las de miles de hinchas, de ayer y de hoy, atravesadas por años de derrotas y orgullo villero. Ahora en el Bajo Belgrano hay alegría de sobra, como para soportar el segundo semestre y el tercero también.

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