Por Juan Jose Panno

Cuenta la leyenda que una vuelta, después de una extraordinaria actuación de Bochini, el gordo José María Muñoz dijo: “Este triunfo de Independiente tiene nombre y apellido: Booooooo...chini”. Siguiendo la línea trazada por el singular relator de América, podría decirse que el triunfo de ayer del cuadro de Avellaneda tiene nombre y apellido: Innnnn...súa. El volante/delantero de Independiente jugó por él mismo, por el colombiano Jairo Castillo y por varios de sus compañeros. Metió los dos goles, uno de ellos de un penal que le cometieron a él, fue protagonista de las dos únicas llegadas de su equipo, corrió, le entregó la pelota invariablemente a uno de camiseta colorada, jugó mientras compañeros y rivales se dedicaban a pelear y le puso algunos rayos de luz a un partido gris hasta que el técnico Daniel Bertoni decidió reemplazarlo cuando sólo le quedaba un puñado de minutos al partido, acaso para propiciar la extraordinaria ovación con la que fue despedido. El Gordo Muñoz habría desparramado almíbares por todo el éter frente a una producción como la del número 10 de Independiente, pero nadie podría haber cuestionado demasiado la exageración.
Teóricamente, Insúa debía cumplir la misión de enganche, armando juego en el medio para juntarse con Jairo Castillo, el único delantero neto. Pero a los 5 minutos el colombiano se quedó enredado con el provocador Cascini, le pegó una patada sin pelota y obligó a Baldassi –que tiene una pésima relación con el público de Independiente– a la expulsión. Sin delanteros, Insúa decidió erigirse en Patoruzú y por eso, además de armar desde el medio, fue el jugador que llegó más seguido a posiciones ofensivas, apoyado casi siempre en su habilidad para la gambeta o en algún fugaz encuentro con un compañero.
Por eso, en el período inicial, primero le reventó las palmas a Abbondanzieri y después obligó a una gran volada al arquero para frenarle un tiro libre muy bien ejecutado; por eso, en el segundo tiempo, cerró con un certero zurdazo cruzado una llegada a un toque que le permitió quedar cara a cara con el arquero de Boca y un ratito más tarde le vendió un buzón a Abbondanzieri en el penal que le había cometido con cierta ingenuidad el pibe Alvarez.
Insúa hizo casi todo, los demás pusieron buena voluntad y con eso sobró para redondear una victoria merecida ante un adversario fantasmal. Boca cumplió una de sus peores actuaciones en los últimos tiempos: sin orden defensivo, sin criterio en el medio, limitando su peso ofensivo a lo que pudiera inventar Tevez, el equipo de Brindisi no se dio por enterado del hombre de más que tuvo durante casi una hora, cometió errores infantiles y nunca le encontró la vuelta al partido. Se había puesto en ventaja en el primer tiempo con un toquecito de Cardozo después de un jugadón de Tevez, pero no tuvo muchas llegadas. Un cabezazo de Traverso en el travesaño le pudo dar el empate inmediatamente después del segundo de Insúa, pero luego sólo arrimó confusión hasta las cercanías de Navarro Montoya.
En tiempos de peleas internas reales o magnificadas, en tiempos en que se habla más de lo que pasa afuera que de lo que ocurre adentro, Boca está obligado a enterrar las historias de halcones y palomas para no seguir jugando medio como gallito de riña y medio como un pollito mojado. Y porque, como diría el Gordo Muñoz, actuaciones como las de ayer se califican con una sola palabra: “Un desastre”.