Lun 31.01.2005
libero

FúTBOL › CARLOS SALVADOR BILARDO, UN ENTRENADOR SIN REPAROS ETICOS

Un eslabón de una larga cadena de trampas

La historia del bidón de Branco en el Mundial ’90 reavivó una vieja polémica que varios protagonistas dieron por cierta, pero que es sólo una anécdota más en el extenso recorrido del ex DT de la Selección Argentina.

Por Carlos Ares

El desliz o la imprudencia de Diego Maradona, que, en un recuento de anécdotas en un programa de televisión, reveló a la luz pública una historia conocida en la penumbra de los vestuarios, permitió descubrir la verdadera cara de Carlos Bilardo, el entrenador responsable de aquella acción. No fue la primera ni la última de las suyas.
Ya en 1977, el “Toto” Juan Carlos Lorenzo, técnico de Boca, equipo que debía disputar en Colombia la final de ida de la Copa Libertadores frente al Deportivo Cali, hacía destapar en la mesa, delante de él, las botellas de gaseosa y agua que tomarían los jugadores en las comidas porque temía que Bilardo, entonces entrenador del Cali, sobornara a los ayudantes de la cocina para que les pusieran “algo” en la bebida. La noche previa al encuentro, cuando Boca hizo un entrenamiento a puertas cerradas para ensayar la táctica, Bilardo fue sorprendido por un reportero gráfico trepado a un portón del estadio. A la noche siguiente, el campo apareció encharcado en los sitios por los que se desplazaban los jugadores más técnicos de Boca. Y no había llovido. Hasta hace dos temporadas, cuando volvió a dirigir a Estudiantes tras fracasar en Boca y retirarse de la actividad, Bilardo ordenaba todavía inundar ciertos sectores si consideraba, por ejemplo, que el rival remataba bien los tiros de esquina.
Todas sus mañas, como despertar a un jugador en la mitad de la noche para preguntarle a quién debía marcar al día siguiente o la de recomendar a las esposas que obligaran a sus maridos a hacer el amor acostados debajo de ellas, para que no se desgastaran físicamente, formaban parte de su manual del entrenador que debía “estar en todo” porque, según explicaba, “el fútbol es para los vivos”.
Pero el fútbol, un deporte tan democrático que permite jugar en igualdad de condiciones a pobres, ricos, altos, bajos, gordos y flacos y da oportunidad de destacarse a todos, tiende además con el tiempo a ser justo en el reparto de los triunfos y las derrotas. Tal vez sean esas condiciones, la justicia y la verdad, las que constituyen parte de su belleza como espectáculo y las que avivan el fuego de la pasión entre los hinchas. Salvo que alguien, alguno de los protagonistas del juego o de la organización, haga trampa. Bilardo fue siempre uno de ésos, alguien que no tuvo reparos éticos ni respetó los límites reglamentarios en la persecución del objetivo que nunca ocultó: “Lo único que importa es ganar”.
Los éxitos conseguidos primero como jugador del mítico equipo de Estudiantes que entrenaba su maestro, Osvaldo Zubeldía, y luego como entrenador también de Estudiantes y de la Selección Argentina que ganó el Mundial de México 1986 y disputó la final del de Italia 1990, llevado siempre de la mano por Maradona, dieron fama y trascendencia internacional a alguien que no se merecía tanto. De no suceder algún imprevisto, Bilardo iba a quedar en la historia como “el adelantado táctico” que él cree ser bajo la máscara de incoherente, alienado y obsesivo con la que se disfraza y no como el mediocre vendedor de quincalla que es.
A Roberto Perfumo, considerado uno de los mejores zagueros centrales de la historia del fútbol argentino, se lo recuerda además por una formidable patada que le tiró a Bilardo durante un Estudiantes-Racing a finales de los años ’60. El partido se retransmitía por televisión y la imprevista reacción de Perfumo, que no llegó a tocar a Bilardo a pesar de que le llegó con su pie casi hasta el mentón, provocó su inmediata expulsión. Perfumo explicó que en ese momento de furia lo habría “partido por el medio”. Un deseo compartido por todos sus rivales de entonces. Bilardo, como capitán de Estudiantes, junto con otros líderes, se dedicaba a averiguar asuntos personales de sus adversarios. Al arquero de Racing le preguntaban con quién estaría en ese momento su esposa, a la que llamaban por su nombre. El episodio más dramático sucedió con Raúl Bernao, mítico puntero derecho de Independiente, al que se le había disparado su arma en una partida de caza. El accidente causó la muerte de un compañero. En el partido siguiente los jugadores de Estudiantes se turnaban: “Asesino, mataste a tu amigo y seguís jugando al fútbol”. Todo les servía. Echaban tierra a los ojos de los arqueros en los saques de esquina a favor, pinchaban con alfileres, manipulaban al árbitro... Los buenos jugadores, como Juan Ramón Verón, padre de la “Brujita” Juan Sebastián, o el defensor Raúl Madero, el médico de aquel equipo argentino que jugó frente al brasileño en 1990, marcaban la diferencia de calidad y Estudiantes logró tres Copas Libertadores y la Intercontinental. Hasta que el ciclo terminó tras una violenta final contra el Milan, en 1970, cuando tres jugadores acabaron en la cárcel.
Las trampas de Bilardo no le habrían valido como seleccionador de Argentina ni en competencias internacionales. Pero el destino le puso en las manos a Maradona en su plenitud. Todos los jugadores que llevó al Mundial de 1986 coinciden en que el equipo llegó en pésimas condiciones anímicas. “Ya habíamos ganado el primer partido, frente a Corea, y aun así, en una reunión posterior, si hubieran puesto pasajes de regreso a Buenos Aires sobre una mesa, nos habríamos matado por ver quién se quedaba con uno”, relata Jorge Valdano. Nadie soportaba a Bilardo. Pero jugaba Maradona, el equipo ganaba y se fortalecía.
En 1990, la situación era aún más delicada. Maradona ya consumía cocaína y, a pesar de su ingreso previo en una clínica especializada, no estaba bien. Además le pegaron demasiado y al tercer partido tenía ya el tobillo como una pelota de tenis. Bilardo no pensaba en cuidarlo. Quería que jugase y le ordenaba infiltraciones de calmantes. En los cuartos de final, el 24 de junio de 1990, se disputaba el clásico con Brasil y la derrota podría ser histórica con Maradona en esas condiciones. Bilardo no sabía cómo parar los tiros francos de Branco, el lateral brasileño. Entonces recurrió a la trampa. Según Maradona, “alguien picó un Rohypnol (un sedante) en el bidón y se pudrió todo”.
José Basualdo, ex internacional argentino y ahora entrenador de Universitario de Perú, confirmó la versión de Maradona: “La historia es cierta. Nos acercamos y Galíndez nos dio unos bidones. Yo tomé de otro. Pero Branco se llevó el que tenía la sustancia somnolienta. Justo él, que ejecutaba los tiros libres”. Pero no todos estaban implicados. Al “Vasco” Julio Olarticoechea, marcador lateral, uno de los enterados le advirtió: “¡No, no tomés de ése. Tomá del otro!”
Miguel Di Lorenzo, un personaje inocente, cómico, obediente, a quien todos conocen como Galíndez por el parecido con el ex boxeador campeón mundial y que ya divertía a Maradona cuando se lo llevó de masajista personal a Barcelona en 1982, tuvo que conceder una rueda de prensa ante las acusaciones. El actual masajista de San Lorenzo lo negó todo: “Lazaroni, el entrenador de Brasil, ensució a Bilardo; a Madero, el médico; a gente respetable. Y a mí. No le di nada a Branco ni a ningún jugador de Brasil. Del mismo bidón tomaron Giusti, Burruchaga... Y no les pasó nada. Y a vos, Branco, te digo que, si saliste mareado de tu vestuario, ¿qué culpa tengo yo? Si te llego a dar veneno, no terminás (...). Fue una broma de Diego”.
En la Argentina, si alguien del fútbol cuenta lo que no debe es advertido de que faltó a los códigos. La primera reacción de Julio Grondona, elegido bajo la dictadura militar presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, hace ya 27 años, y vicepresidente de la FIFA, a cargo de las finanzas –un modesto comerciante que en los últimos 20 años, sin que se le conozcan otros ingresos, acumuló una de las fortunas más importantes del país–, se ajustó a esos códigos. Denunció al denunciante: “Maradona no estaba en su sano juicio”. Y añadió: “¿Qué bidón? Habrá que buscar el bidón, a ver qué dice. Hay que hacerle una inspección, a ver si estaba agujereado”.
El que quiera oír que oiga y el que quiera ver que vea. Todo está a la vista. Al menos, desde que Argentina venciera por 6-0 a Perú en 1978 y pasase a la final del Mundial de ese año, que organizó y ganó bajo la dictadura. Grondona se hizo cargo entonces del silencio cómplice y, durante su mandato, el negocio del fútbol fue entregado a una empresa de televisión en exclusiva hasta el 2014. La participación de empresarios, intermediarios, comisionistas, ladrones y parásitos llevaron a la quiebra a la mayoría de los clubes. El fútbol argentino se convirtió así en una fábrica de engordar pibes para venderlos.
Pero si es verdad, como se sabe, que esta pasión popular expresa a toda una sociedad, ¿por qué nadie más reacciona frente a hechos criminales que pervierten el sentido último de lo que aún debe reconocerse como un deporte? Ni el Gobierno, ni los funcionarios, ni siquiera los periódicos han sostenido posiciones editoriales reclamando una investigación sobre hechos que manchan a los inocentes y ponen en duda 100 años de historia. Sólo el presidente de Boca, Mauricio Macri, se atrevió: “Lo del bidón de Branco no debería llenarnos de orgullo. Esa clase de viveza criolla nos llevó siempre al fracaso. Y el deporte habla de nuestra sociedad”. El masajista Galíndez se sintió aludido y parecía representar el sentimiento mayoritario de los aficionados cuando le contestó: “¿Qué puede hablar Macri? Cuidá tu club. Querés subir de gobernador, de intendente de la Capital... Tenés riqueza, plata, pero no te metás conmigo, eh. Te quiero mano a mano, sin abogados, sin diputados, sin senadores. Te tirás contra los argentinos. Y tenés que dar gracias de que naciste con plata y en la Argentina”.
Ahora se explica mejor por qué entrenadores como Marcelo Bielsa o Carlos Bianchi renuncian al máximo orgullo, el de conducir a la Selección. Dicen: “No”. Al menos, mientras esté bajo el control de Grondona.

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