FúTBOL › OPINION
› Por Daniel Guiñazú
La espiral de violencia que se desencadenó el sábado en la cancha de Racing y que tronchó el final del clásico ante Independiente puso en severo aprieto al gerenciador Fernando Marín. El presidente de Blanquiceleste supuso que ganaba tiempo y paciencia de los hinchas al colocar a Diego Simeone al frente de la dirección técnica. Los hechos crudos ya le demostraron que estaba equivocado.
Marín creyó que Simeone era un hombre del riñón del club, por el mero hecho de que el Cholo ha asumido su condición de hincha de la Academia. Y que su acelerado traspaso del mediocampo al banco calmaría las ansiedades de una hinchada que no puede soportar el último puesto en la tabla, y serviría de poderosa motivación para un plantel sin relieve al que muchos califican como abúlico e indiferente. Nada de eso ha sucedido. La gente, aun los más calmos y pensantes, no le reconoce a Simeone historia y tradición racinguista. Y así lo hizo saber el sábado. Antes del partido, su nombre, anunciado por los altoparlantes, sólo generó un tibio aplauso de compromiso. Después, en medio del escándalo y las piedras, le tiraron y le dijeron de todo, como si fuera el principal responsable de la crisis y no un técnico debutante que hasta hace una semana remaba contra la corriente vestido de camiseta y pantalones cortos.
Si Simeone fuera Basile, Perfumo o Mostaza Merlo, nombres caros a la liturgia blanquiceleste, la bronca no hubiera hecho violenta eclosión como lo hizo cuando la derrota ya era cosa juzgada. Los hinchas, aun los más irracionales, hubieran concedido la tregua que Marín necesita para que el nuevo técnico meta mano y arregle lo que parece roto sin remedio. Como Simeone es, a la vista de casi todos, un integrante más de un grupo de jugadores que liquidó a tres entrenadores (Fillol, Rivarola y Quiroz) y que parece insaciable, y de ninguna manera un símbolo de Racing, se rompieron los diques de contención y el fastidio tomó estado público.
El mensaje resulta transparente: por más fuerte que sea su personalidad, por mucho que signifique su nombre y su imagen para el fútbol argentino de los últimos tres lustros, Simeone tendrá el mismo tiempo y el mismo crédito que cualquier otro para animar a un equipo con la moral y el fútbol por el piso. Si su palabra no levanta los ánimos, si su idea táctica no convence rápido, si Racing no arranca y empieza a sumar cuanto antes para alejarse del fondo de la tabla, su destino será el mismo que el de sus antecesores, aun en este mismo campeonato. Luego de los episodios del sábado quedó muy claro que para él no habrá contemplaciones.
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