FúTBOL › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
Como una fiesta de los vecinos que genera tanto barullo que uno termina espiando por la cerradura o cogoteando por la ventana, sin la chance de poder colarse, el Superclásico sin visitantes y ni siquiera neutrales provoca esa misma doble sensación de interés e impotencia. Los vecinos dejan la puerta cerrada o a lo sumo un vigilante en la puerta, pero mil policías y cien efectivos de seguridad privada para controlar a los invitados entre los que no se distinguen colores parece un poco exagerado. Un cáncer, este de los operativos policiales, que sangra al fútbol en la medida en que no sinceren los auténticos vínculos entre la violencia y el poder.
Esa epidemia vergonzosa no se propagó esta vez por el campo de juego, y se pudo asistir a uno de los Superclásicos más atractivos de los últimos tiempos, especialmente en la primera mitad, antes de que Boca se desinflara por causa de las lesiones y de que River perdiera el aire a raíz de tanto despliegue voluntarioso. Con dos actitudes distintas, con el local asumiendo sus ganas de atacar frente a tanto público adepto, con el visitante intentando la réplica punzante, con el árbitro Delfino preocupado por no cortar la fluidez del trámite, la pelota se pasó más tiempo cerca de los arcos de Barovero y Orion, dos de los mejores protagonistas del partido, que en el medio. Fantástico.
No fue poco lo que se vio. Hubo diferencia de oficio entre ambos equipos, apreciable entre uno ya formado y otro en proceso de armado, pero sorprendieron con la actitud. No fue hace tanto que se vio a un River timorato en partidos de Copa como para que la actitud mostrada ayer, por acostumbrada, pudiera pasar inadvertida; el resultado debió premiar más esa voluntad de juego (simbolizada en la capacidad creativa de Teo Gutiérrez, que se resiste a ser la última puntada), pero son los temas pendientes de solución en el armado de River (y no el celular de Bianchi) lo que explica esa diferencia entre mérito y logro. Cuando River quiso forzar el empate, en lugar de buscarlo pensando la jugada, selló su suerte.
Circuló la interpretación según la cual el Superclásico resultó entretenido porque fallaron las defensas. Es probable que en la primera mitad operara cierto nerviosismo, pero sin voluntad de ataque no hay chance de que las defensas fallen. Para los neutrales, quienes lo miraron sin interés creado, el Superclásico fue una agradable sorpresa, entretenido y estimulante. No hubo necesidad de tiempo recuperado.
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