Lun 27.02.2006
libero

CONTRATAPA

Libros de pelota parada

› Por Facundo Martínez

El fútbol puede también ser materia primera para reflexionar sobre distintos aspectos de la vida social y política de un país. De esto último dan cuenta dos libros de reciente aparición, en los cuales, desde distintos ángulos de enfoque, se busca profundizar ciertas complejidades de un deporte que, frágil y dúctil para los mandados, se ha prestado históricamente a todo tipo de intereses, lejos de lo estrictamente deportivo y de dudoso corte ético.

En fútbol y cultura política en la Argentina (ed. Leviatán, 2006), el sociólogo Roberto Di Giano presenta una serie de ensayos que ayudan a comprender matices y jerarquías de los estrechos vínculos entre el fútbol y el poder, político o militar, de los años ’50 a esta parte, sin olvidar el rol que jugaron los medios especializados en todo este proceso, apuntalando la fabricación de nuevas identidades y consensos.

En uno de estos ensayos, “Poder, política y fútbol”, Di Giano analiza el pasaje de significados que han hecho distintos gobiernos a través del fútbol de elite, y echa luz sobre las trabajadas relaciones que, desde el golpista general Juan Carlos Onganía hasta Carlos Menem, se vienen sucediendo entre las selecciones de la AFA y el poder de turno.

Poco después de derrocar al presidente constitucional Arturo Illia, Onganía recibía como héroes a los jugadores de la Selección que volvían de Inglaterra (1966) con las manos vacías y se les otorgaba el título de “campeones morales”, que el propio Perfumo, integrante de ese plantel, iba a cuestionar no mucho tiempo después.

La dictadura instaurada con el golpe de Estado de 1976 había aprendido con el Mundial ’78 que el fútbol podía ser un aliado inmejorable en cuestiones de limpieza para su terrorífica imagen, de la que apenas algunos organismos y medios europeos daban cuenta. “Han dado una prueba inequívoca de disciplina, de orden, que significa sin más reconocer el principio de autoridad. Había alguien que mandaba, que imponía horarios, imponía exigencias y ustedes cumplieron”; con esas palabras, reseña Di Giano, Videla recibió en 1979 a los integrantes del equipo juvenil de Menotti que volvían victoriosos de Japón.

Curiosamente, se acortan las distancias en este mismo punto con los gobiernos democráticos posteriores. Escribe Di Giano que Raúl Alfonsín se mostró algo ambiguo, que prestó el balcón de la Casa Rosada a los campeones de México ’86, pero prefirió quedarse al margen del festejo. Y que Carlos Menem utilizó el subcampeonato en Italia ’90 para bajar su mensaje modelador: “Tuvimos once titanes dentro de la cancha. Ahora necesitamos 33 millones de titanes para sacar a la Argentina de su situación”. Se refería Menem, subrepticiamente, al proceso de privatizaciones, que dejaría en manos de los grupos económicos algunas de las áreas más productivas que manejaba el Estado. Tan descarado era el mensaje del ex presidente, que –otro buen hallazgo de Di Giano– Michel Camdessus, titular del Fondo Monetario Internacional, reforzaba así la idea: “Ustedes tienen once héroes en Roma (...) y tienen que utilizar su ejemplo para tener constancia, coraje y consecuencia en el sacrificio que implica el plan económico”. A buen entendedor, pocas palabras.

Valiosa resulta al respecto la implacable investigación que el periodista y abogado Pablo Llonto publica bajo el título La vergüenza de todos –El dedo en la llaga del Mundial ’78 (Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2005)–, donde tras una hipótesis perfectamente discutible acerca de la responsabilidad de la sociedad, del ciudadano común, en la legitimación del régimen dictatorial, presenta un mapa completísimo de los movimientos que distintos actores sociales, militares y civiles, realizaron en torno del control de la AFA y a la organización del único Campeonato Mundial que se disputó en el país y que terminó adjudicándose el equipo que dirigía César Luis Menotti, presentado como vigoroso defensor de su realización.

“El Mundial de fútbol es algo estrictamente deportivo, que nadie tiene derecho a entorpecerlo porque su protagonista exclusivo es el público(...). Que nadie pretenda usar el Mundial como arma política, porque es un método o una maniobra aborrecible: el Mundial es, sobre todo, la fiesta máxima del pueblo, y como tal permanece al margen de cualquier manipuleo político, venga de donde venga”, decía Menotti en una charla con un periodista holandés, según reseña Llonto.

La idea de un complot contra la Argentina formaba parte de la campaña propagandística del (des)gobierno militar, que llegó a ser considerada desde Europa como “la más vasta y más cara operación de propaganda política por medio del deporte desde los Juegos Olímpicos de Berlín de Hitler de 1936”.

No tiene desperdicios el capítulo que Llonto dedica al oscilante comportamiento de la prensa argentina frente al asunto del Mundial. Así como hubo periodistas que contrainformaban hacia el exterior poniendo en juego sus vidas, o la cruzada solitaria del gran Dante Panzeri contra la realización del Mundial, a quien el contraalmirante Lacoste, regente del Ente Autártico Mundial (EAM 78), había intentado comprar sin éxito; hubo, en cambio, periodistas que prestaron a conciencia sus talentos: tal es el caso, entre otros, de Aldo Proietto, quien para esa época cambiaba su sillón en la revista Goles por uno en el EAM 78, para ocupar durante el Mundial el puesto de jefe de Información Deportiva de ese organismo. “Quien esté contra el Mundial será un enemigo del país”, escribía Proietto en una nota editorial de Goles, que le sirvió para abrirse camino. En fin...

Decíamos al comienzo: dos libros para debatir, enojarse y pensar el fenómeno del fútbol, su infinita complejidad. El primero nos ofrece la mirada del pájaro, la distancia que logra captar procesos y rastrear movimientos generales; el segundo se interna en ritmos minúsculos e intensos, algo así como un viaje entre las telarañas que, aunque muchos prefieran olvidar, acompañan y le restan libertad a la pelota.

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