Lun 20.03.2006
libero

CONTRATAPA › OPINION

Un árbitro arbitrario

› Por Pablo Vignone

Lo que ocurrió en el entretiempo de River-Olimpo sorprendió por lo insólito. Jorge Martínez, el lateral del equipo bahiense que había reclamado ante el árbitro Angel Sánchez, era entrevistado para la televisión cuando, llamativamente, Sánchez apareció en la pantalla reclamándole discreción a Martínez, algo así como “no te quejés de los árbitros en cámara”. El futbolista intentó continuar con la nota, pero Sánchez subió la voz y pretendió sacarlo de cuadro. Finalmente terminó “echándolo”, sin roja, pero obligándolo a salir de la cancha, dando por terminada, en un evidente acto de censura, la entrevista.

El episodio no acabó allí porque, atento al afán de protagonismo que suele reconocérsele, Sánchez concedió a su turno una nota con el apabullado periodista, que se interesó por saber los motivos de tan intempestiva reacción. “Los jugadores se quejan de los árbitros –dijo, palabra más, palabra menos–, pero les molesta cuando los árbitros les contestan. Y ustedes los periodistas también. Es hora de los que árbitros hablen un poco más...”, sugirió antes de hacer público su prejuicio con uno de los jugadores visitantes (“Delorte comete falta cada vez que toca la pelota”).

La idea de justicia sorda, ciega y muda sufre una curiosa mutación en la interpretación de Sánchez, al fin y al cabo el depositario de la decisión final en un partido de fútbol como el de ayer. Ciega y sorda puede ser, muda ya no. Los árbitros, a criterio de Sánchez, tienen que hablar. Como si fueran, también, los protagonistas de este espectáculo masivo cincelado a partir del juego. No es casual que el ambiente reconozca en el árbitro a uno de los que mayores notas periodísticas conceden.

En última instancia, el protagonismo es una debilidad contagiosa que atrae multitudes al fútbol-industria, también entre el periodismo o la dirigencia. Lo que resulta intolerable es la comisión de un atropello tan autoritario, como es negar a una persona la posibilidad de expresarse en público, de manera tan antidemocrática, manipulando de manera grosera lo arbitral para convertirlo burdamente en arbitrario.

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